Acerca de Inglorious Basterds, de Tarantino…

En la película La Piel, de Liliana Cavani (Basada en la novela de Curzio Malaparte del mismo nombre), una hermosa americana llega de visita sorpresa a Nápoles a finales de la segunda mundial, durante la invasión aliada a Italia. Es una mujer bostoniana, aristócrata, hermosa, en busca de aventuras y huyendo de un matrimonio que al parecer no le satisface. Llega a la Europa destruida por la ocupación nazi con la arrogancia de los nuevos conquistadores, piloteando un avión, moderna y emancipada. Para ella los italianos son morenos y atrasados, y viven mejor en Boston como inmigrantes donde los “tratan bien”.

Pensando que Curzio Malaparte le fue asignado no como guía turístico sino como gigoló latino, lo lleva a un paseo en su avión (que ella misma reparó) donde le demuestra su poder e independencia femenina aterrorizándolo con acrobacias aéreas. Malaparte, sin hacer ningún comentario, la invita a hacer un recorrido por la ciudad. Recorrido que se convertirá en un verdadero descenso a los infiernos: poco a poco la mujer de desmorona al ver cómo las mujeres, por hambre, venden sus niños a los soldados pederastas etíopes…cómo los soldados aliados se divierten en una fiesta homosexual en la playa, en una bacanal que nos recuerda El Satiricón.

La mujer recibe el golpe de gracia hacia el final de la película: luego de sufrir un accidente en su avión, durante el caos de una erupción del Vesubio, pide ayuda a unos soldados americanos que viajan en un camión. Sus propios compatriotas, los arrogantes conquistadores, la confunden con una mujer italiana y la violan en masa. En algún momento Malaparte le había comentado: el mundo está lleno de personas malas…

…Jacques Vergés, el famoso abogado del diablo, le confesó a un amigo su verdadero interés al defender a Klaus Barbie: el no buscaba justicia, el tipo era culpable, ni castigo ni venganza. Sólo quería aprovechar la situación para recordarle al mundo que los métodos de tortura usados por los nazis eran los mismos que usaron los franceses en Argelia. Que los mismo militares que lucharon heroicamente por la liberación de su patria contra la monstruosidad nazi, habían sido unos monstruos con los argelinos…que buscaban a su vez la liberación de su patria…

Errol Morris, ese maravilloso documentalista, nos muestra a Robert Macnamara confesando en The Fog of War que si los aliados hubiesen perdido la guerra, hubiesen sido juzgados por genocidio y crímenes contra la Humanidad. En Standard Operating Procedure nos muestra el horror de los americanos castigando el horror de los terroristas musulmanes.

Tarantino me ha hecho recordar todo esto con su última película. Con su acostumbrado humor, su gore, su narración de comic, su incoherencia, nos lanza una bofetada a quema ropa recordándonos que la banalidad del mal existe, que la historia la reconstruimos día a día con nuestras mentiras, nuestras hipocresías, nuestras malas intenciones, nuestra crueldad.

Los soldados de Tarantino son crueles, asesinos, despiadados, los nazis son crueles, asesinos, despiadados, las víctimas son crueles, asesinas, despiadadas…Se burla de nosotros, se ríe a carcajadas, nos reconstruye la historia (¿Por qué no creer en Tarantino si el mismo Reagan le hizo creer a su país que con Rambo de podía ganar cualquier guerra?), nos miente la historia haciendo morir a Hitler y compañía en un teatro parisino para aclararnos, cruelmente, que al final todos obtenemos lo que queremos: la pandilla de soldados judíos se vengan de los nazis, la víctima judía se venga de los nazis, los nazis terminan haciendo pactos con los aliados…

Tarantino nos recuerda los círculos infernales de Dante, los laberintos, esas eternas repeticiones que somos los humanos. Que sólo hay una historia con víctimas y victimarios que intercambian sus roles, como actores en una pieza de teatro, ad infinitum…