Encrucijada

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió. Sacó de un bolsillo de su pantalón el viejo mapa para comprobar que las señas eran correctas y que se encontraba próximo al sitio marcado con una equis roja apenas legible. Volvió a guardarlo y se acercó lentamente al borde del camino. Una ligera mueca de barranco se extendía por varios metros sinuosos tapizados de maleza incipiente y parecía terminar en una hilera de árboles inmóviles que delataban la ausencia de viento.

Los inexpresivos e insulsos filtros azul grisáceos del cielo le hicieron recordar que era noviembre y que estaba anocheciendo. Empezó a descender por un sendero escasamente perceptible, y se adentró poco a poco en el bosque hasta llegar a un riachuelo que cubrió sus botas con barro ceniciento. La cabaña se distinguía a lo lejos en un amplio descampado, rodeada por una cerca de madera con algunos tramos desplomados que alguien había tratado de reparar torpemente con retazos de alambre y tablones desiguales.

Se aproximó a lo que antes debió haber sido un jardín y que ahora era un espacio inerte quebrado en dos por un sendero de piedra que se detenía sin previo aviso en un porche, iluminado por una lámpara que esparcía una luz amarillenta y demacrada. Una anciana se mecía rítmicamente en una remendada silla de mimbre. Con un gesto de la mano lo invitó a acercarse sin mediar ningún saludo.

No tenemos mucho tiempo, dijo. Sígame.

Se levantó de la silla y juntos atravesaron el interior de la casa en penumbras hasta llegar a un patio trasero que parecía ser el bosquejo de un templo, un santuario improvisado hecho de vasijas, tazones y cuencos llenos de flores marchitas, piedras de colores y restos de alimentos. La anciana encendió rápidamente un mechero que colgaba de un poste endeble y le indicó que se sentase junto a ella sobre el piso de tierra.

Prefiero que no hable, dijo. De todos modos no es mi deber conocer sus miserias ni sus alegrías, ni los motivos que lo han traído hasta aquí. Cuando se marche, no debo recordar su voz, y créame que no le observado lo suficiente como para retener en mi memoria los rasgos de su rostro. Con el pasar de los años he aprendido que es lo mejor.

Pasaron unos minutos eternos hasta que se escucharon unos ruidos provenientes de unos arbustos no muy lejanos. Reconoció que eran pisadas, roces de piedras y ramas secas que poco a poco se hacían más fuertes. Una fuerte luz lo cegó por unos momentos y tuvo que cerrar los ojos para calmar el dolor.

¿No es hermoso?, dijo. No pudo contradecirla. Era lo más sobrecogedor que había visto en su vida. Cuando logró distinguir bien las formas, sobre todo la figura central que se erguía desafiante, una profunda y deliciosa embriaguez se apoderó de todo su cuerpo.

Se puso de pie y recogió algo que había caído cerca. Cruzó los brazos y apretó las manos como protegiendo algo invaluable. ¿Hay algún mensaje?, preguntó ansioso. La anciana sonrió y su rostro se iluminó por unos instantes. Pudo ver que no tenía dientes y que sus párpados estaban cosidos con un hilo burdo en punto de cruz. En ese momento empezó a comprender, supo que era inútil sentir pánico. Había ido allí por su propia voluntad.

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió. Sacó de un bolsillo de su pantalón el viejo mapa para comprobar que las señas eran correctas y que se encontraba próximo al sitio marcado con una equis roja apenas legible. Volvió a guardarlo y se acercó lentamente al borde del camino. Una ligera mueca de barranco se extendía por varios metros sinuosos tapizados de maleza incipiente y parecía terminar en una hilera de árboles inmóviles que delataban la ausencia de viento.

Los inexpresivos e insulsos filtros azul grisáceos del cielo le hicieron recordar que era noviembre y que estaba anocheciendo. Al empezar a descender por el sendero pensó de pronto que en realidad todo podría ser un engaño, un escenario montado apresuradamente para aprovecharse de su angustia. Regresó al auto y se marchó dejando tras de sí sólo una estela de polvo, que al extenderse, iba borrando con trazos gruesos y toscos el paisaje.

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió…