Claridad

…Se detuvo frente a la puerta del cuarto. Algunos juguetes estaban esparcidos por el piso, y el sonido de unos sollozos se escuchaba en el fondo, débilmente. Trató de encender la luz, pero no halló el interruptor. Espero unos momentos a que sus ojos lograsen ver con más precisión.


Observó que algo líquido, viscoso, bajaba por la cama y se detenía en la alfombra. Su amigo estaba en el fondo, en un rincón, y parecía mecerse tristemente en posición fetal, con los ojos fijos en ninguna parte. Sintió algo de jaqueca.


Atravesó el cuarto, tratando de no mancharse los zapatos o pisar alguna de las cosas desparramadas sin razón. Se detuvo. Su amigo le miró y trato de esbozar una sonrisa, limpiándose las lágrimas del rostro.


No lo has podido hacer, le dijo, sin reproche. Se sentó a su lado, y lo abrazó fuertemente. Un auto pasó frente a la casa, y su luz trajo por unos segundos claridad. Vio lo que había sobre la cama.


Se recostó en la pared, y sintió aumentar su malestar...

No dejes que te atrapen

No dejes que te atrapen. Cierra las ventanas con movimientos ágiles. No dejes que te toque la brisa. Camina rápido, húyele a las huellas. Que no quede piel con tus improntas. Que ninguna retina sufra con tus destellos. Sécate el agua de la lluvia. Gritarán tu presencia. Aleja las nubes, te pueden delatar. Evita los lagos, los mares, los ríos. La inmensidad es triste, te puede acusar.


No dejes que te atrapen. Evita las sonrisas, no crees sospecha. Si encuentras un Jacinto, sólo míralo, no lo toques. Las flores hieren cuando se convierten en recuerdo. Y los recuerdos destilan fragancia cuando siguen tu rastro. Deshecha los espejos, no escuches los sueños. Las barajas, los laberintos, te retardarán. Los ecos te harán mirar hacia atrás.


No dejes que te atrapen. Sigue sólo atajos, busca las encrucijadas. Sumérgete en el azul, el único color posible. Busca siempre el sur, la única ruta posible.

Medidas Para Frenar el Terror

Según la Agencia Bolivariana de Noticias, en el Ministerio del Interior y Justicia se estaría gestando todo un programa totalmente innovador para terminar de una vez por todas con el clima de terror que la Oposición ha ido sembrando durante tanto tiempo en Venezuela.


La Dirección de Prevención del delito sería la encargada de dar los primeros pasos. Al parecer se empezará por librar boleta de captura a la Sayona y El Silbón, y poco a poco se irían agregando nombres como los del Doctor Kanoche, la Mujer Mula, La Loca Luz Caraballo, etc. Su fin sería poner a buen resguardo estos personajes que podrían ser utilizados por la Oposición en su campaña de guerra sucia y desestabilizadora para crear el caos en nuestros campos y ciudades, la anarquía en nuestros barrios y, sobre todo, aumentar esa falsa sensación de inseguridad que venden mediáticamente. La Oposición no podrá usar estos personajes como ha usado cobardemente el tema del narcotráfico y de las Farc, comentó el Ministro del Interior.


Además, según el Ministerio del Interior, existen fuertes indicios que detrás de los continuos apagones y problemas de energía en todo el país estaría La Sayona, ya que se sabe desde hace muchos decenios que su presencia produce este tipo de anomalías y perturbaciones.


La Luna en el Fondo de tus Ojos

…un hombre se sienta en la barra y pide una cerveza. Siente ganas ir al baño. El barman le señala una puerta, al fondo del pasillo.


Mientras se lava las manos observa un número garabateado en la pared. Es un número telefónico, piensa. Regresa y bebe rápidamente. Deja un billete y sale a la calle.


Mientras camina recuerda el número. Se detiene, saca su celular y llama. Una voz de mujer contesta: ¿por qué has tardado tanto tiempo? Sabes que estoy sola, te extraño mucho. El hombre comprende que debe decir algo. He estado ocupado, no he tenido tiempo. La mujer empieza a sollozar. El hombre, perplejo, termina la llamada. Da unos pasos y se detiene. Piensa en la mujer y se da cuenta que tiene deseos de llorar…


Esa tarde la ciudad era aún más fea. Como las películas antiguas en blanco y negro que no soportan restauración, todo era borroso, lleno de rayones, quemaduras, invadido por una desincronización triste que hacía saltar las cosas, cambiarlas de lugar. El auto se deslizaba perdido por las calles, los puentes, las avenidas, las esquinas,  adentrándose sin remedio, sin excusa en el sistema digestivo de un horrible monstruo legendario.


Sentía algo de comezón en la piel, un salpullido que le indicaba que todo andaba mal, que el aire, el frío, los rostros, las figuras grises que se le atravesaban eran síntoma de una anomalía, una perturbación inexplicable pero cierta.  Después de haber buscado un parqueadero, trató de recordar las señas para encontrar el lugar. Tras caminar algunos metros, reconoció el traje, los brazos cruzados, las esperas como puñal que siempre se había clavado inevitablemente en los momentos que habían pasado juntos.


Se sentaron en una mesa junto al enorme ventanal que daba a la calle. Encendió un cigarrillo y mientras veía el humo disiparse reconoció la canción que estaba sonando. Frag’ nicht warum ich gehe, lo único que había cantado bien la vieja perra de Marlene, había comentado alguna vez un viejo amigo. Observó cómo reubicaba el dispensador de servilletas, el frasquito de palillos, el azúcar, y comprendió que todo se estaba despejando como en los campos de batalla, el ordenamiento de la artillería, la disposición de las metralletas para hacer más efectivo el fuego cruzado, los francotiradores ocultos detrás de algún matorral.


Pidieron café. La mesera, bastante joven, ya gastada, ya consumida, tenía la mirada de las personas que esperan eternamente por las propinas de la vida, aún teniendo la certeza de que nunca llegarán. Observó a través del cristal, y se sintió de pronto en el acuario, en la pecera, preguntándose quién observa, quién es observado.


Creemos que somos polvo de estrellas, la hipocresía nos ayuda, nos consuela, pero sabemos que sólo somos excremento cósmico. Sólo basta ver la forma de las galaxias. Infinitos espirales con un agujero negro en el centro, infinitos sanitarios evacuando. En la calle, en la acera de enfrente, una pareja de mediana edad parecía estar esperando algo.


¿Recuerdas la tarde que nos conocimos? Te enseñé en un parque el juego adivina qué están pensando. ¿Ves esa pareja?


Una sonrisa afloró, una cuerda parecía haber vibrado. Sí, dime qué están pensando.


El hombre está preocupado por algo, sin duda. Tal vez en la mañana, al despertarse, descubrió que había perdido un recuerdo, que ya no recordaba una sonrisa que amó, y está desesperado porque no logra encontrarla. La mujer parece estar confundida. Tal vez ha mirado hacia el cielo y se ha dado cuenta que esta tarde las nubes no tienen formas reconocibles. Las mujeres siempre se angustian por esas cosas.


Das lied ist aus. La sensibilidad de los dedos se pierde. Al mirar su cabello, su rostro, al recorrer casi en cámara lenta su cuello, sabía de antemano que ya las caricias no tenían sentido. Las manos, la boca, todos los músculos se han sumergido en una profunda amnesia. Ya no recuerdan, están cansados de recordar, tal vez están hartos. Ya no ven la luna en el fondo de tus ojos.


Observó la taza de café y comprendió que todas sus relaciones, extrañamente, empezaban y terminaban con cafeína. Al observar el cigarrillo, comprendió con tristeza, que también empezaban y terminaban con nicotina.


…la mucama entró al cuarto y miró con estupor la escena. Un cuerpo yacía en el piso, sobre un enorme tapete de sangre. La cama estaba desarreglada, y la cortina ondeaba rítmicamente movida por el viento.


Qué vaina, pensó. Siempre soy yo la que arregla el desorden de los demás…


Despedidas

Barthes comentó acerca de El Imperio de los Sentidos, de Oshima, lo siguiente: “en Japón la sexualidad está en el sexo, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, el sexo está en todas partes, excepto en la sexualidad”. Después de ver Despedidas (Departures, Yojiro Takita), me atrevería a parafrasearlo, tal vez con descaro, afirmando lo siguiente: “en el Japón la muerte está en la muerte, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, la muerte está en todas partes, excepto en la muerte”.


Para nosotros el rito de la muerte es el duelo plañidero de acusaciones hacia el que parte, el que nos deja. En nuestros funerales abundan los “por qué nos dejas”, la recriminación constante por el dolor que nos produce la ausencia. Recuerdo el amargo sabor que me dejó esa famosa escena de Rosario Tijeras, en la cual la pandilla hace un recorrido nocturno de juerga con el malandro muerto. Es un rematar sin sentido, otro disparo más a quemarropa a un cadáver que ya no entiende de dolores, de lágrimas.


El ritual budista del Nokanshi, por el contrario, es el preparar los muertos para iniciar la senda hacia el más allá. Es la despedida de nuestros seres queridos. Pero no ese adiós barato de los manuales de autoayuda, no es ese adiós de la psicología de bolsillo, coelhiana, del “déjalo ir”. Es ese eterno gesto de la mano que persiste mientras el barco se pierde en el horizonte, mientras el avión despega, mientras el tren se aleja. Esa saudade que nos embarga ante la certeza del no retorno.


Despedidas es una película tan sensible, que hiere. Al igual que el hielo, tan frío, que quema. En la primera escena, cuando se nos presenta lo que será el tema principal, asistimos totalmente vírgenes (junto con el protagonista) a un ritual que nos es totalmente desconocido y que, poco a poco, con un cadáver que no se sabe si es de un hombre o una mujer, culpable de lo que el Dalai Lama llama eufemísticamente el Pecado Han, nos da una cachetada engañándonos con un cierto tono de tragicomedia. Empezamos a sonreír, a esbozar una sonrisa, pero el director nos detiene y nos aborta la carcajada. Cuando el Maestro de Nokanshi se hace cargo del rito, mata totalmente lo ridículo de la situación. Con sus movimientos, sus gestos, va haciendo aflorar la ternura, el respeto, y comprendemos nuestra torpeza, nuestra ignorancia. Bajamos la cabeza, apenados, sonrojados.


Al igual que Renoir en El Río, Takita nos recuerda que la vida no se trata de principios ni finales, que todo se trata de un eterno fluir. En Despedidas siempre se está esperando que la cuerda se rompa, que el lápiz se quiebre, cuando empiezan a surgir las tensiones de la trama. Pero no, nada se rompe, nada se quiebra, todo se soluciona en un elegante flujo de descubrimientos. En la mitad de la película, Daigo, el protagonista, decide renunciar a su trabajo y se lo comenta a la secretaria. Ésta le dice que tiene que subir al otro piso y decírselo personalmente al jefe. La cámara cambia inmediatamente a una picada: observamos a Daigo y el nos observa. ¿Tiene que darnos una explicación es a nosotros? ¿Es acaso el jefe una metáfora de una instancia superior?


Daigo sube y se encuentra con un salón lleno de flores y plantas. Su jefe está comiendo y lo invita a compartir un exquisito pez globo. El jefe le dice: “Esto que ves también es un cadáver…los seres vivos se comen entre sí para subsistir, ¿verdad? Las plantas son la excepción. Tienes que comer si no quieres morir. Si vas a comer, por lo menos que tenga buen gusto”. Luego le pregunta a Daigo: “¿está rico verdad?”, Daigo asiente. El jefe dice: “Si, tristemente”. Creo que sobran las explicaciones, las palabras se bastan a sí mismas.


El leitmotiv de los cisnes, esos desencuentros que lentamente se van convirtiendo en encuentros, las piedras como mensaje, esa maravillosa recuperación del rostro perdido del padre al final, son cerezos que van floreciendo ante nuestros ojos y nos sugieren que la muerte no es tristeza, no es dolor, al contrario, es una celebración de la vida. Y que la felicidad es un compendio de cosas sencillas. Compartir una copa de vino con el ser que amas, sentir el abrigo del agua tibia en nuestra piel, reconocer que nos equivocamos. Y poder despedirnos del otro, de los otros, de nuestros seres queridos como el operario del crematorio: “Gracias…te veré más adelante”.

ADIOS MISS VENEZUELA ADIOS

Según fuentes extraoficiales, en los pasillos de la Asamblea Nacional se estaría planeando un proyecto de ley para la expropiación del Miss Venezuela.
Al parecer Cilia Flores, habría comentado: “Las mujeres revolucionarias estamos cansadas, ofendidas (el término que usó realmente fue “arrechas”) que se tenga la imagen equivocada de la belleza femenina venezolana. Tras tantos años de manipulaciones mediáticas de la oligarquía, se le ha hecho creer al mundo entero que las venezolanas somos esas catiras oxigenadas, bulímicas y descerebradas que han ganado tantos concursos de belleza y, sobre todo, el Miss Universo. Las verdaderas venezolanas somos prietas, orgullosamente mestizas, de colores reales, quemadas por el sol al trabajar fuertemente por el futuro del país, y no bronceadas artificialmente en spas como tristes sifrinas sin oficio”.
Una sexóloga que se encontraba en la Asamblea Nacional, con un Phd en Cuba, comentó: “Sería deshonesto de nuestra parte permitir que nuestros jóvenes se sigan masturbando pensando en imágenes femeninas totalmente equivocadas. La mujer venezolana es caderona, de tamaño medio, rica en carnes, de fuerte personalidad y gran compromiso revolucionario. Nuestras mujeres se alimentan bien en los Mercales, con comidas ricas en proteínas, calorías y carbohidratos, no con esos alimentos lights de los grandes supermercados de la oligarquía que sólo producen cuerpos huesudos, desnutridos y con alta tendencia al vómito”.
Se comentó también que en las filas del PSUV existen muchos candidatos altamente calificados para reemplazar a Osmel Sousa y tomar las riendas del concurso. Al parecer, al preguntárseles sobre cuál sería la imagen ideal de la mujer venezolana que se utilizaría como patrón para el nuevo Miss Venezuela Bolivariana, todos llegaron a un acuerdo unánime: Iris Varela.






Iris posee todas las cualidades de la mujer revolucionaria que se desearía exaltar: una mirada penetrante, inquisidora, y un discreto y frágil encanto. Una cabellera rizada, exuberante, salvaje, como nuestros paisajes, y una personalidad de hierro siempre al pié de lucha para defender los ideales de la revolución y luchar contra la oligarquía corrupta y desestabilizadora. Pechos generosos, maternales, en fin, toda una imagen del más puro fuego revolucionario venezolano.


BOMBAS SUPOSITORIO: EL TERRORISMO ISLAMICO ALCANZA DIMENSIONES ESCATOLOGICAS

“Los servicios secretos franceses estudian una nueva forma de actuar de los terroristas islámicos, que equiparían a kamikazes con explosivos escondidos dentro de su cuerpo, introducidos como supositorios y activados con un teléfono celular.”


Esta escalofriante noticia circula por todos los principales periódicos del mundo e internet. Según fuentes extraoficiales, el gobierno de Venezuela está profundamente preocupado, por no decir consternado, pues temen que esta idea de destrucción personal caiga en manos de los fascistas golpistas enemigos de la paz y auspiciadores de la desestabilización, que buscan desesperados un magnicidio como único medio para arrebatarle el poder al pueblo y entregárselo a la oligarquía corrupta y egoísta.


Según fuentes extraoficiales también, se comenta en los pasillos de Miraflores que el Ministro del Interior está pensando reunir a los asesores cubanos para diseñar una estrategia de seguridad que incluya un grupo altamente especializado de urólogos que haga frente a la amenaza. El tacto rectal podría ser incluido, al parecer, en la lista de prerrequisitos para entrar a Palacio, y sobre todo indispensable en todo aquel que desee asistir al Aló Presidente. Todo sea por la revolución y la protección de nuestro líder, han comentado algunos. Los celulares de última generación, no obstante, seguirán siendo de uso obligatorio.


Algunos miembros del PSUV, siempre un paso adelante, han sugerido eliminar las caraotas del menú miraflorino, debido a la alta producción de gases, que al explotar, podrían ser tomados como conatos de bomba y crear un caos constante y un clima de terror innecesario. Los chef de palacio, sin embargo, han aclarado que hace muchos años las carotas y los granos en general no se consumen en dicho lugar, pues todos los menús, desde los cotidianos hasta los realizados para las visitas de altos dignatarios e invitados especiales, han sido copiados minuciosamente de El Bulli. Además está comprobado científicamente que el caviar, por su alto contenido de omega tres, no produce flatulencias.


El presidente Chávez, también extraoficialmente, ha comentado a sus allegados que sería indignante que ésta bomba, pensada como una metáfora de la liberación de los pueblos oprimidos del yugo imperialista, se convierta tristemente en una manifestación vil de los deseos más abyectos de la cobardía opositora.

Colores

I.
Empezó a caminar bajo la lluvia despacio, sin prisa alguna. Un vapor grasiento, miserable, se apoderaba de las calles, mientras las luces de los autos y los postes lanzaban al aire colores desteñidos, borrosos, serpentinas deshilvanadas de alguna fiesta pasada hace mucho tiempo. A lo lejos se podía entrever la silueta del hospital, un viejo barco a la deriva, herido por el moho y la herrumbre. Con cada paso que daba, el tufo de la ciudad cansada, abrumada, somnolienta, le dificultaba la respiración.

Los zapatos, de suela delgada, estaban ya humedeciéndose. Miró la hora en el reloj, aún era temprano, aún estaba a tiempo. Se detuvo frente a la entrada principal del hospital. Detestaba esos sitios, detestaba también las funerarias, los cementerios. Detestaba el olor a flores descomponiéndose, a tierra removida, el olor engañoso de los pisos recién lavados.

Una enfermera le observaba detrás de un inmenso mostrador, mientras jugaba con una bolígrafo barato. Su mirada era gris, terrosa, y su rostro tenía ese rictus de desesperación que sólo se adquiere después de muchos años de limpiar y lidiar con la inmundicia humana. Tuvo la impresión de encontrarse en el vestíbulo de algún miserable hotelucho, a la hora equivocada, el día equivocado, la noche equivocada.

II.
Al ver el hombre yaciendo en la cama, indefenso, anclado a éste mundo por aparatos eléctricos, tubos azules y catéteres recordó cuánto lo odiaba. Los malos recuerdos llegan de repente, sin previo aviso, son los destellos intermitentes de las luces de las patrullas al romper la penumbra de los cuartos a través de las ventanas.

Pensé que no vendrías, dijo. Su voz ya olvidada ahora era ronca, fría, parecía provenir de una caja de madera vacía.

Usted sabe que ésta situación me asfixia…

Siempre había creído que no había peor escenario para sentirse mal que un hospital. Además no tenía mucho que decir, las excusas y las explicaciones, las razones y las decisiones parecían haber desaparecido de sus bolsillos. Lo poco que quedaba de la lluvia en su cuerpo era lo único cierto.

Afuera, en el pasillo, alguien había pasado corriendo, en puntillas. Recordó un sueño que había tenido hace poco. Un hombre nadaba en el mar. Cada vez que salía a descansar en la playa, todo era diferente. Unas veces arena y piedras, otras veces palmeras, selva tropical. Volvía a nadar, salía, ésta vez niños jugando, ancianos tomando sol, perros correteando.

Las encontré hace tiempo, dijo. No te abrumaré con detalles, creo que ya son innecesarios. Sólo te contaré algo que me pareció curioso. El hombre que las tenía, el supuesto custodio, era un anciano harapiento, decrepito, que sonreía estúpidamente todo el tiempo. Pensé que alguien me hacía una broma macabra. Pero no, eran las verdaderas…

Cuando llevas tiempo buscando algo, y lo encuentras, todo parece perder sentido. Es como si lo importante fuese el camino, las cosas que se pierden en el trayecto, los cristales que se rompen, el recuerdo de un lugar que se ha visto desde lejos y que pasamos por alto. El polvo que levanta el viento, las hojas secas.

A pesar de la enfermedad parecía estar tranquilo, su rostro no estaba demacrado y sus ojos brillaban, aunque la poca luz de la única lámpara del cuarto podía estar engañándolo. Los crepúsculos hermosos, naranjas, rojizos, ocres, son producto de la atmósfera contaminada.

Ahora me sirven de poco, es obvio. Por eso te mandé llamar. Quiero que las conserves. Están en una caja. Señaló una maleta que estaba en un rincón, llena de etiquetas y de un color indefinido. Lo que hagas con ellas no me importa…

¿Qué queda de un color cuando ha sido desteñido por el tiempo? Ese azul, rojo, verde, antes fuerte, definido, intenso, ahora parece borroso, una huella de sí mismo. Son colores decadentes, desvaídos, pero sabemos lo que fueron, recordamos sus horas de esplendor, pero estamos conscientes de su presente ruina. Al ver los colores desteñidos no podemos dejar de sentir cierta pesadumbre.

Abrió la maleta y tomó la caja. Aunque no lo estaba mirando, pudo percibir que sonreía, tuvo la sensación de una sonrisa.

III.
Salió del hospital. Había que rehacer los pasos recorridos. La lluvia había cesado, y ahora una brisa débil le acariciaba el rostro mientras caminaba. La luna aún no se atrevía a salir, el cielo continuaba invadido de nubes grises, pesadas, perezosas.

Al llegar a la esquina observó un contenedor de basura. Se acercó y lanzó la caja. Un gato gordo se lamía las patas, indiferente, tal vez preparándose para una noche de pillaje y vagabundeo. Sintió de pronto la necesidad de tomar algo, fumarse un cigarrillo, conversar con alguien sobre algo sin importancia en la barra de algún bar.

En el cielo ya empezaban a aparecer algunas estrellas.

LOS INTRINCADOS ENGRANAJES DEL AZAR

I.
El término azar proviene de un antiguo juego de dados árabe llamado “az-zahr” (flor), en el cual se dibujaba una flor en la cara del dado que significaba “muerte súbita en el juego”. Extendido por toda Europa por los cruzados, fue adquiriendo a través de los siglos diferentes significados en todos los idiomas: azar, suerte, oportunidad, ocasión, riesgo, peligro.

El ser humano ha tratado de domesticar el azar, darle cauce y forma, tratando de redimirlo de su naturaleza incontenible e imprevista desde tiempos inmemoriales. Filósofos, escritores, poetas, han sido presas de su fascinación, desde Aristóteles hasta Pierce, desde Mallarmé hasta Octavio Paz. Tratando de huirle al azar se han creado sociedades tan altamente ritualizadas como la japonesa, y sociedades tan altamente estresadas (y estresantes) como las occidentales.

Roger Geraudy, filósofo francés, escribió: “el resultado de la tirada de dados viene determinado por la posición que ocupan los propios dados en nuestra mano o en el cubilete, por la manera y por la fuerza con que los lanzamos y por otros condicionantes, tales como su peso, su temperatura, etc. Que seamos incapaces de diseccionar todos los factores que intervienen en cada suceso, y todavía más, de controlarlos o predecirlos, no quiere decir que ocurran porque si.” Es decir, la caótica en pleno: hay fenómenos que parecen ser asistemáticos pero de los que se sospecha que contienen un orden escondido que es preciso descubrir, y/o que hay fenómenos caóticos que, en su desarrollo, generan nuevas estructuras ordenadas.

Estamos rodeados por la incertidumbre, lo contingente, lo imprevisible. El azar reina, el universo ya no es un perfecto mecanismo de relojería. No hay agendas, planes, karmas, estructuras ocultas, sólo elecciones. Las sonrisas o las lágrimas vienen después.

II.
No Country for Old Men (película de los hermanos Coen, novela de Cormac Mccarthy) está atravesada por el azar, su tema es el azar y sus consecuencias. Moss, un veterano de Vietnam, está cazando venados en un paraje desértico de Texas. Al empezar a seguir los rastros de sangre de un animal que ha herido, se topará con una masacre, un mexicano moribundo que le pide agua, un maletín con una fortuna. Moss decide tomar el dinero y escapar con su esposa. Fin de la historia.

Pero Moss toma luego otra decisión, una decisión que pondrá en movimiento los intrincados engranajes del azar que lo llevará inevitablemente a la tragedia. Al principio se puede uno sentir tentado a pensar que Mccarthy usó un “deus ex machina” para poder continuar su historia, un tour de force obligado: para qué tenía que regresar a la escena de la masacre?. Moss se levanta inquieto a la madrugada, en la novela de deja claro que no está preocupado por el dinero, está preocupado por el hombre que dejó moribundo y sediento. Las razones de ésta preocupación no son explicadas por Mccarthy (en realidad, explica muy pocas cosas). ¿Tal vez un veterano de guerra no deja morir a alguien sediento? Le dice a su esposa que tiene que hacer algo que olvidó hacer, que regresará pronto. Que se está preparando para hacer algo realmente tonto, pero que lo hará de todos modos. Luego llena un tarro con agua y se marcha, pese a la insistencia de su mujer que no lo haga.

Moss, al seguir los rastros del animal herido, sigue un sendero que no se ha trazado, es un movimiento aleatorio, alguien o algo ha lanzado los dados por él. Al decidir llevar agua al sediento, es él quien lanza los dados, sabe que es algo sin sentido pero lo hace, aún presintiendo que puede morir, pero está dispuesto a dar la lucha. Ésta es la decisión importante, es el detonante de la historia. Si no regreso, dile a mamá que la quiero. Su esposa le recuerda que su madre está muerta. Bien, se lo diré entonces yo mismo, le contesta Moss. La rueda de la fortuna empieza a girar.

Chigurt, el asesino psicópata, es quien seguirá barajando las cartas, es el que seguirá poniendo los dados en movimiento. Como recordándonos la paradoja del suicidio cuántico, cada cara o cruz es un giro del quark que dirá quién vive o quién muere, el azar es quien decide, Chigurt no toma las decisiones, sólo las ejecuta. En la novela, en la parte de la gasolinera, Chigurt reflexiona: Todo puede ser un instrumento, cosas que uno ni siquiera nota. Que el problema es separar el acto de la cosa, como si las partes de algún momento en la historia pudiesen ser intercambiables con las partes de algún otro momento…cada quien es su yo y su circunstancia, supongo.

El sheriff Bell deambulará sin rumbo al no lograr entender el caos que le rodea, al no lograr entender como el azar va moldeando todo. Al creer que el caos producido por el azar tiene un motivo, una estructura oculta que explique todo, termina completamente desorientado. Al final de la novela, al saber que su esposa está leyendo Las Revelaciones, de San Juan, y aclarando que su esposa encuentra en la Biblia respuesta para todo, le pregunta si allí se dice algo acerca de la forma que las cosas están tomando. La película termina con un sheriff Bell totalmente perdido, contándole a su esposa unos sueños que no logra comprender (en la novela es un monólogo).

El azar y la suerte van por caminos separados: el azar hace que alguien se gane una lotería, la suerte es la que hace que sea para bien o para mal.

III.
En Internet abundan las historias del azar. La mayoría son sólo historias, leyendas urbanas que no soportan una lectura profunda. Pero no dejan de ser hermosas, interesantes, pues ponen de manifiesto el interés que tenemos los humanos por crear orden del caos, en hallar un propósito en todo. La historia de Winston Churchill y Alexander Fleming es de las más interesantes, y tal vez la más estudiada y discutida. Aunque ha sido demostrado hasta la saciedad que es totalmente falsa, todavía se crean variantes en las que sólo cambian los escenarios y uno que otro detalle.

La historia de La Resurrección de Piero della Francesca es, sin embargo, cierta. Es la más bella, y reúne todos los elementos del azar necesarios para convertirla en la más trascendente, la más inquietante, la más poética.

En uno de los muros del Palazzo Civico de su pueblo natal, Sansepolcro, Piero pintó La Resurrección, un fresco considerado hoy una verdadera obra maestra del arte renacentista. Con el pasar de los siglos el sitio y la obra fueron totalmente olvidados (incluso fue tapado con pintura blanca, hecho fortuito que en realidad lo preservó), hasta el siglo XIX cuando fueron redescubiertos por los nobles y altos burgueses de la Inglaterra victoriana, quienes al ser terriblemente ricos y tener demasiado tiempo libre, inventaron el turismo. Aldous Huxley, durante los años veinte visitó Sansepolcro, y narró sus experiencias en un libro llamado Along the road: Notes and Essays of a Tourist (1925). Le dedicó al pueblo y al fresco de Piero todo un capítulo, y calificó La Resurrección como el “mejor cuadro del mundo”.

Durante la invasión aliada a Italia en la segunda guerra mundial, lo poco que quedaba del ejército alemán e italiano se iba atrincherando en algunos pueblos en su huida hacia el norte. Los aliados, en su afán por avanzar rápidamente, evitaban las batallas campales y simplemente borraban del mapa con artillería y aviación cualquier sitio sospechoso de albergar el enemigo. Montecasino fue una de las víctimas. En pocas horas borraron del mapa siglos de historia.

Anthony Clarke, un oficial inglés al mando de un batallón de avanzada, llegó hasta Sansepolcro. Al parecer en el pueblo aún había tropas alemanas e italianas, ocultas y preparadas para defenderse. Clarke empezó a organizar todo para la lluvia de bombas, para el barrido total. Sin embargo, mientras daba órdenes y examinaba mapas, recordó, por esas cosas maravillosas del azar, que algunos años atrás se había sentido fascinado por un libro de Aldous Huxley y la descripción que el autor hacía de la que consideraba la mejor obra del mundo. Inmediatamente detuvo todos los preparativos, y envió algunos soldados a explorar el lugar. No había soldados alemanes ni italianos, se habían retirado ya. Un libro y la buena memoria de un oficial amante de la lectura (raro de por sí), habían salvado una obra maestra. Desde entonces, los turistas ingleses son especialmente bien recibidos en Sansepolcro.