Encrucijada

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió. Sacó de un bolsillo de su pantalón el viejo mapa para comprobar que las señas eran correctas y que se encontraba próximo al sitio marcado con una equis roja apenas legible. Volvió a guardarlo y se acercó lentamente al borde del camino. Una ligera mueca de barranco se extendía por varios metros sinuosos tapizados de maleza incipiente y parecía terminar en una hilera de árboles inmóviles que delataban la ausencia de viento.

Los inexpresivos e insulsos filtros azul grisáceos del cielo le hicieron recordar que era noviembre y que estaba anocheciendo. Empezó a descender por un sendero escasamente perceptible, y se adentró poco a poco en el bosque hasta llegar a un riachuelo que cubrió sus botas con barro ceniciento. La cabaña se distinguía a lo lejos en un amplio descampado, rodeada por una cerca de madera con algunos tramos desplomados que alguien había tratado de reparar torpemente con retazos de alambre y tablones desiguales.

Se aproximó a lo que antes debió haber sido un jardín y que ahora era un espacio inerte quebrado en dos por un sendero de piedra que se detenía sin previo aviso en un porche, iluminado por una lámpara que esparcía una luz amarillenta y demacrada. Una anciana se mecía rítmicamente en una remendada silla de mimbre. Con un gesto de la mano lo invitó a acercarse sin mediar ningún saludo.

No tenemos mucho tiempo, dijo. Sígame.

Se levantó de la silla y juntos atravesaron el interior de la casa en penumbras hasta llegar a un patio trasero que parecía ser el bosquejo de un templo, un santuario improvisado hecho de vasijas, tazones y cuencos llenos de flores marchitas, piedras de colores y restos de alimentos. La anciana encendió rápidamente un mechero que colgaba de un poste endeble y le indicó que se sentase junto a ella sobre el piso de tierra.

Prefiero que no hable, dijo. De todos modos no es mi deber conocer sus miserias ni sus alegrías, ni los motivos que lo han traído hasta aquí. Cuando se marche, no debo recordar su voz, y créame que no le observado lo suficiente como para retener en mi memoria los rasgos de su rostro. Con el pasar de los años he aprendido que es lo mejor.

Pasaron unos minutos eternos hasta que se escucharon unos ruidos provenientes de unos arbustos no muy lejanos. Reconoció que eran pisadas, roces de piedras y ramas secas que poco a poco se hacían más fuertes. Una fuerte luz lo cegó por unos momentos y tuvo que cerrar los ojos para calmar el dolor.

¿No es hermoso?, dijo. No pudo contradecirla. Era lo más sobrecogedor que había visto en su vida. Cuando logró distinguir bien las formas, sobre todo la figura central que se erguía desafiante, una profunda y deliciosa embriaguez se apoderó de todo su cuerpo.

Se puso de pie y recogió algo que había caído cerca. Cruzó los brazos y apretó las manos como protegiendo algo invaluable. ¿Hay algún mensaje?, preguntó ansioso. La anciana sonrió y su rostro se iluminó por unos instantes. Pudo ver que no tenía dientes y que sus párpados estaban cosidos con un hilo burdo en punto de cruz. En ese momento empezó a comprender, supo que era inútil sentir pánico. Había ido allí por su propia voluntad.

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió. Sacó de un bolsillo de su pantalón el viejo mapa para comprobar que las señas eran correctas y que se encontraba próximo al sitio marcado con una equis roja apenas legible. Volvió a guardarlo y se acercó lentamente al borde del camino. Una ligera mueca de barranco se extendía por varios metros sinuosos tapizados de maleza incipiente y parecía terminar en una hilera de árboles inmóviles que delataban la ausencia de viento.

Los inexpresivos e insulsos filtros azul grisáceos del cielo le hicieron recordar que era noviembre y que estaba anocheciendo. Al empezar a descender por el sendero pensó de pronto que en realidad todo podría ser un engaño, un escenario montado apresuradamente para aprovecharse de su angustia. Regresó al auto y se marchó dejando tras de sí sólo una estela de polvo, que al extenderse, iba borrando con trazos gruesos y toscos el paisaje.

Al llegar a la encrucijada detuvo el auto y descendió…

Horizonte de Eventos

I

Al ver bajar a Carlos por las escaleras haciendo sus piruetas habituales  no pude menos que sentir cierta desazón. Desde hacía algún tiempo había adquirido la costumbre, según él algo ingenioso, de caminar emitiendo mensajes aleatorios en morse. A veces palabras simples, a veces frases largas más elaboradas y complejas, todo según el humor que tuviese en el instante. Esa tarde repetía una y otra vez tres pasos cortos, tres pasos largos, tres pasos cortos, siempre sonriendo, siempre festejando.


Una desazón que no era solamente por su auto celebrado ingenio, sino porque, de alguna manera, hacía evidente el profundo terror que durante toda mi vida había tenido por las repeticiones. No por las obvias, las que al ser tan regulares se nos hacen imperceptibles, sino por las que reforzamos conscientemente, desde los tics y los hábitos más aburridos y tediosos, hasta las que perversamente convertimos en caricatura al resaltar enfáticamente su inutilidad y nuestro lado más obscuro y siniestro. Al verlo descender escalón por escalón, sentía renacer en mí el horror a las repeticiones finitas de nosotros como materia frente a un espacio tan vasto e infinito, tan embriagador pero al mismo tiempo sencillamente espantoso.


Tras terminar su desfile lanzó al aire una soga, que cayó al piso convertida en serpiente revolcándose en estertores agonizantes. El momento no era feliz, y tal vez mi gesto de desagrado hizo que Carlos alejara la sonrisa de su rostro. Se sentó a mi lado, y su cercanía hizo que lo imaginara alzando la mano y clavando un puñal, una y otra vez, como lo habían hecho tantas manos a través de los tiempos, y como lo seguirían haciendo en el futuro una y otra vez. Los escenarios se multiplican, se reproducen eternamente, y siempre tendrán detrás de sus cortinas un revólver presto a dispararse, un cuchillo anhelando penetrar la carne distraída. Por mucho que se limpie, sobre el suelo eternamente se podrán percibir gotas de sangre, trazos que se niegan tercamente a desaparecer.


II


Bajó las escaleras saltando, tal vez evitando el crujir de los viejos tablones de madera que solían quejarse hasta con las más mínimas variaciones climáticas. Hubiese querido bajar rodando por el pasamanos, como lo había hecho tantas veces en su infancia, pero la estructura era ya frágil, descolorida y desgastada por los años. El color caoba sólo se percibía en algunas partes, como las heridas cicatrizadas que apenas se distinguen por ligeras variaciones del tono de la piel, por pequeñas rugosidades sobre una superficie antes uniforme.

Se detuvo  y observó el cuerpo que yacía boca arriba cerca del sofá, sobre un profundo charco de un rojo casi infame. Se acercó y lanzó la soga lejos, no quería que se manchase. Se quitó la camisa ya pegajosa por el sudor, y corrió la cortina de la ventana para cerciorarse que la calle aún continuaba vacía. En el jardín sólo algunas rosas movidas por el viento parecían notar su presencia, mientras las demás flores y el césped recién cortado permanecían indiferentes. Se sentó en el suelo, al lado derecho del cuerpo, el único espacio seco gracias a la gravedad. Parecía haber un desnivel que empezaba en el primer sillón y se extendía hasta la pared que partía en dos la puerta del comedor. Un delgado hilo carmesí se había abierto camino lentamente hasta una de las patas de la mesa esquinera, sin llegar a tocarla.


El puñal estaba cerca. La superficie de acero pulido deformaba su rostro, lo quebraba en tres pedazos, alargándolo, estrechándolo, haciendo muecas involuntarias. Agobiante escena cuando todavía tenía bastante trabajo por hacer. Tal vez terminaría en una o dos horas, y ya estaba anocheciendo. 


III


Bajé las escaleras tratando de evitar los escalones sueltos. De niño siempre bajaba deslizándome por el pasamanos, y terminaba rodando por la sala y estrellándome contra alguno de los viejos sillones. En las vacaciones, cuando íbamos al campo, me lanzaba desde alguna pequeña colina y dando vueltas casi interminables me detenía sobre algún charco o sobre algún montículo verde oscuro dejado por las vacas. Esta vez un cuerpo boca arriba cerca del sofá era el que parecía establecer los límites del vértigo, sobre un tapete líquido que se extendía hasta el aburrimiento y parecía gritar que el juego había terminado.


Siempre sentía que estaba al borde de un barranco, y bajar era recorrer siempre un declive, pasar por muebles que parecían árboles de algún bosque petrificado, hasta llegar a la puerta que siempre prometía algo de luz, algo de aire de fresco. Me quedaba en el salón para escuchar música los días lluviosos, los días de castigo, las eternas horas que nunca acaban cuando estaba solo. Era entonces cuando tenía la certeza que la vida era así, abundante en melodías y armonías contundentes, objetivas, incuestionables, premonitorias, que a medida que se desarrollaban iban dictando su ineludible sentencia. Me daba cuanta con pesadumbre que recordamos las melodías como la presencia evidente, mientras olvidamos las armonías porque no las podemos silbar, ni siquiera tararear. Y son precisamente las armonías las que más dolor provocaban, las que producen daños más permanentes. 


Tenía bastante trabajo por hacer. Tal vez terminaría en una o dos horas, y ya estaba anocheciendo. Tenía que salir y revisar la cajuela del carro aprovechando la poca luz que quedaba, buscar además algunas sábanas y algunas herramientas. Sentía un fuerte dolor en la nuca, y me recosté en el sofá. En momentos así tenía la sensación, bastante recurrente, que todo lo que hacía era para asegurarme, de algún modo, que no existiese en este mundo pedazo de tierra que aceptase mi cuerpo cuando fuese la hora de desecharlo. La última certidumbre que hacía falta para asegurarme que el espejo se quebraría en pedazos tan ínfimos que ninguna imagen mía tendría espacio suficiente para reflejarse, que mis gestos no serían repetidos por algún pedazo de carne, hueso o cartílago en un futuro que no añoraba y que se me antojaba profundamente repugnante. 



Cuadrantes Fantasmas

En el edificio de enfrente, en algún apartamento que su mirada rehuía precisar, se celebraba una noche de walpurgis. La música parecía estar llena de sudor, y el viento como un miserable secuaz la derramaba por el ambiente con la puntería del vaho y el susurro molesto. La luna se asomaba indiferente, perseguida apenas por un puñado de nubes travestidas de platino y bisutería barata sobre un fondo de cielo que quería apostar esta vez por el terciopelo negro desteñido.


El brandy en su copa, a pesar del calor de la mano,  se negaba a soltar sus aromas. Sus pasos a través de los cuartos escapaban al eco, y hasta las sombras parecían rebelarse a ser estiradas, a ser estrelladas contra las paredes. Al echarse en el sofá aceptó, sin preocuparse, que no era momento para precisiones. La pequeña sala, aún forzando la perspectiva, se difuminaba en líneas inacabadas, se quebraba en fragmentos geométricos sobre puntos de carboncillo. Los ojos abiertos ya no eran un síntoma, y la respiración, las manos yendo y viniendo, los giros de la cabeza, alejaban el asombro, dando bienvenida a la angustia con indiferencia.


Tenía la impresión, al escudriñar su entorno, que el escriba que esculpía pacientemente en la piedra su historia había huido, dejando todo a medio camino, al borde del abismo de las improbabilidades. Sentía que al partir, en su afán, las puertas habían quedado abiertas para las anomalías. Forzadas por algún viento errante, las perturbaciones habían entrado disfrazadas de detalles ínfimos, enmascaradas en pequeñas discontinuidades que no se acumulaban, que no abrumaban. Al cerrar los ojos tenía la impresión que lo inminente no era suficiente, que la inmediatez no bastaba. Al volverlos a abrir y observar la secuencia de muebles, de aparatos inútiles acumulados por el tedio sólo para llenar vacíos, tenía la impresión que el aliento se ralentizaba.


Al levantarse entendió el vértigo como un llamado al inframundo, el destello en los ojos como garras hirientes de deidades antiguas reclamando atención desde la profundad de los tiempos más remotos. La botella en la mesa exhibía con orgullo su puesto ganado por la cotidianidad, y su libreta de apuntes abierta llamaba con insistencia cosas perdidas detrás de las cortinas, olvidadas bajo el escritorio, cubiertas por el tapete. Empezar a caminar eran eternos renaceres, siempre aburridos, siempre monótonos. Había que regresar al balcón, a buscar la brisa, la masturbación de la calle a veces era la única vía de escape.


En el edificio de enfrente, en algún apartamento que su mirada rehuía precisar, se celebraba aún una noche de walpurgis. El silencio era total, pleno de acordes ocre y melodías malva. Dos lunas, emulando enormes tetas de cabaretera, atravesaban impúdicas el firmamento, acompañadas por abultadas nubes magenta y púrpura que vagaban sin rumbo en la infinidad de la bóveda nocturna. Los cuadrantes fantasmas insistían en regresar.





Coco Antes de la Infamia

La Historia Photoshop

Los Biopics me producen urticaria. Es una alergia de años, que no se cura. Una enfermedad que aumenta cuando veo canales de tv como el History Channel, como el Biography Channel, cuando leo libros, ensayos, cuando veo documentales que con un hábil pincel aquí, un apropiado borrador allá, nos ocultan descaradamente cosas que las manos fantasmas del Poder considera impropias, de mal gusto, políticamente incorrectas, pero que en fondo no dejan de ser el esfuerzo titánico para hacernos escuchar las melodías que quieren que escuchemos, para obligarnos a pensar y sentir según las reglas y normas que el Establishment dicte.

Una historia que adorna y maquilla una y otra vez con un photoshop virtual y que nosotros, como borregos, aceptamos. Una historia que en películas como Diarios de Motocicleta nos presenta un Che Guevara juvenil, rebelde, el adolescente que todo padre quiere tener en su casa, y que nos engaña al no permitirnos entrever, al menos, el monstruo asesino que se convertiría en el futuro, en el abanderado de esa gangrena de la cual Latinoamérica aún no se cura. Una historia que en musicales, en documentales, nos presenta una Evita Perón como el ángel defensor de los desposeídos, mientras en la realidad no dejó de ser una víbora manipuladora, egoísta, vengativa, enormemente corrupta. Un Historia que nos presenta a una Madre Teresa de Calcuta, beatificada, reverenciada, adalid de un apostolado de los pobres, pero que en la realidad fue una mujer mucho más interesante, una mujer soberbia, terca, que trataba a su entorno con la mano militar más férrea, y que en sus últimos años se convirtió en una especie de capellán del diablo al cuestionar un dios que permitía tanta miseria, tanta injusticia, tanto dolor, tanta inequidad.

Jacques-Louis David fue un pintor francés que fue en el arte lo que Fouché en la política: un triste camaleón que por monedas de oro pintó a la nobleza, a la burguesía y al entorno de Luis XVI no como eran, sino como querían verse. Un artista que amañó su pincel de acuerdo a la realidad del momento, y que gracias a su personalidad de plastilina sobrevivió la revolución francesa, la época del terror, hasta Napoleón. David, en su época cortesana, pintó a María Antonieta no como era, sino como debía verse la esposa de un rey: hermosa, esplendorosa. El problema es que esa princesa austriaca era una niña bastante fea. Una jovencita que había heredado, además de su sangre azul, la famosa mandíbula de la dinastía que llevaba su apellido, los Habsburgo. Esa mandíbula, que tras siglos de endogamia, produjo engendros en toda Europa que al final no podían ni masticar los manjares que les servían en sus mesas, a pesar de los cubiertos de plata y los platos de fina porcelana. David, durante la revolución, recuperó milagrosamente la visión e hizo un dibujo de la desafortunada reina de perfil, tal como era. Me imagino que al dibujar sentía la frialdad de la hoja de la guillotina.



Sofía Coppola, en el 2006, usó la misma técnica de photoshop que usan los publicistas para adelgazar y embellecer modelos, en su película Marie Antoinette. Nos maquilla al personaje con la imagen de Kirsten Dunst, y nos la ofrece como una mezcla de Paris Hilton y princesita del pop. Nos oculta lo verdadero detrás del esplendor de magníficos decorados, peinados y trajes. Nos miente. La pobre María no fue más que una princesa caprichosa, una reina malgastadora, una miope más que junto a su esposo y todo su entrono cortesano contribuyeron voluntariosamente a su propia destrucción. Nos presenta un Louis XVI medio niño, medio inocente, aficionado a los relojes y los artilugios mecánicos, cuando en realidad no era más que un pobre estúpido digno de su apellido Borbón, esa dinastía que pasó a la historia por su gran capacidad para perder reinos e imperios.

Coco Avant L’Infamie



Los biopics me producen urticaria. Una alergia que aumenta cuando veo películas como Coco Antes de Chanel. Una película, que si sus realizadores fuesen honestos, habrían llamado mejor Coco Antes de la Infamia. La historia de vergüenza de la modista, sombrerera y perfumista está demasiado bien documentada, demostrada hasta la saciedad, para que directoras como Anne Fontaine y sus guionistas nos metan los dedos a la boca y nos engañen con una historia travestida, endulzada con fructosa, y nos ofrezcan la historia de una mujer luchadora, que con tenacidad logró triunfar y vencer la adversidad. Debemos aceptar esos dedos en la boca, pero para vomitar.

La disculpa es que la clave está en su título, en la palabra ANTES (avant). ¿Pero no es acaso un insulto a nuestra inteligencia que ni siquiera al final se haga por lo menos una aclaratoria, una sencilla mención de lo que vino después? Esta mentira de 105 minutos termina con unas hermosas líneas que son puro blablablá: …en 60 años de carrera, Coco Chanel creó millares de modelos que dieron forma a la mujer moderna…las más grandes celebridades de la historia adoptaron su estilo…etc., etc., etc…

¿Acaso por ese ANTES debemos olvidar a la verdadera Coco? ¿Aceptar …que trabajó hasta su muerte, una noche de enero de 1971…era un domingo, día de descanso, el día que no amaba…?

No, que va. Esa dulce ancianita heroinómana que murió tan poéticamente un día de la semana que no amaba, se hizo famosa en Paris en los años 30s por su abierto antisemitismo. Es dulce ancianita que vivió durante la ocupación nazi en una suite del Ritz, ese hotel de Paris que usaron las SS como cuartel general. Que pasó de cama en cama, de uniforme en uniforme, sólo para lograr quitarle a la familia judía Wertheimer en el exilio el 70% de los derechos de su famoso Chanel número 5, algo que afortunadamente no logró. Que tras ser arrestada logró huir a Suiza gracias a la intervención de Churchill, ya que su amante el barón Hans Günther von Dincklage (un oficial del servicio secreto alemán) era hijo de una noble inglesa.

Esa mujer que entre sus amantes tuvo a Theodor Momm, un coronel de las SS que supervisaba la producción de las fábricas textiles francesas que trabajaban para los alemanes, a Walter Schellemberg, hombre de confianza de Himmler. Ese mismo Walter Schellemberg que fue condenado en Núremberg y que tras salir de prisión ella ayudó económicamente, generosamente. Esa mujer que Francia no perdonó después de la guerra y que sólo por el arribismo de los gringos y su avalancha de dólares de los años 50s logró volver a respirar, a figurar en el jet set. Esa mujer que pagó a Louise de Vilmorin para que inventase su biografía, la limpiara de toda mácula, de todo recuerdo vergonzante.

En fin, no creo que una sola palabra, ANTES, justifique tanto olvido, que tape tanta suciedad, reivindique la amnesia. No creo que una buena fotografía, un buen movimiento de cámara, unas buenas actuaciones, justifiquen tamaña lobotomía histórica.

sonata tres


…Cielo estrellado, amplio, la delicia de un poeta. Brisa suave. Total intimidad. La alegría de tener la amada cerca. Volver a sentir los deseos de abrazarla, besarla. Recorrer sus cabellos con los dedos. El amor adolescente renaciendo, quemando. Amor triste, amor fugaz. Amor banal, pero profundo. La humedad de la lágrima, su velocidad al llegar a la tierra y perderse. Los vacíos de la ausencia, los recuerdos que se agolpan y quieren salir a gritos.

El amanecer llegando. La partida aproximándose. El esfuerzo recompensado, proveedor de calor. Curiosidad satisfecha. Dejarle flores para que acompañen su silencio. Oír acordes perdidos, melodías en retazos. Sentir las manos temblando al volver a cerrar el ataúd. Detener los sollozos mientras la cubre con tierra, de nuevo. No hacer promesas. Tener que partir sin mirar atrás. El alba quemando la piel, matando los anhelos…

Recuerdos de Django

Leyendo a Malcolm Lowry me enteré que existía un guitarrista de jazz llamado Django Reinhardt. Fue hace muchos años. Lowry lo amaba, como amaba a Joe Venuti, a Eddie Lang, a Bix Beiderbecke. Al parecer lo vio en persona en unas presentaciones que hizo en Londres en los años de preguerra.

Django empezó tocando el violín, pero tuvo que abandonarlo. Debido a un incendio en la caravana que vivía, los dedos meñique y anular de la mano izquierda le quedaron inservibles. Se dedicó entonces a la guitarra. Con tan sólo dos dedos, el índice y el medio, ejecutó las proezas musicales más maravillosas de la historia del jazz. Nosotros, los simples mortales, ni con sesenta dedos, podríamos hacerlo.

En youtube está colgado el único video de Django que existe. En él podemos verlo con su socio de toda la vida, Stéphane Grappelli, y sus amigos del Hot Club de France. Interpretan J’attendrai, esa canción que durante la segunda guerra mundial fue para los franceses, sus soldados y partisanos, lo mismo que Lili Marleen para los alemanes. Es paradójico recordar que esa canción la popularizó Tino Rossi, quien fue arrestado por colaboracionista en la época de las depuraciones. Sin embargo no le pudieron demostrar nada, y fue liberado con su debida disculpa. Años después recibiría la Legión de Honor. Django, por ser gitano, tuvo que permanecer escondido durante todos los años de la ocupación alemana.



En 1999 Woody Allen le hizo un homenaje indirecto a Django, en una de sus películas menos conocidas, Sweet and Lowdown. Es la historia de Emmet Ray (Sean Penn), un guitarrista que lucha con su genialidad y su propia destrucción, narrada por el propio Woody y estructurada como documental ficción, al mejor estilo de Zelig. Emmet (y el propio Woody), con un gran humor recuerda a través de toda la película que él es sólo el segundo más grande guitarrista, ya que el primero es...bueno, ya pueden imaginarlo.En una escena maravillosa, mientras espera en una gasolinera, Emmet ve a su ídolo que se baja de un auto a estirar las piernas con sus amigos mientras se aprovisionan de combustible (Django hizo unas giras por Estados Unidos después de la guerra, pero no logró gustar). Emmet se queda mudo, petrificado, y no puede acercarse a su dios, a verlo de cerca, a saludarlo. Una hermosa escena que adquiere visos de epifanía.

En este trozo de video de youtube vemos a Emmet interpretando una de las mejores piezas de nuestro querido gitano,I´ll see you in my dreams. Todas las melodías de la película las interpretó alguna vez dos dedos.





El jazz gitano se conoce en Francia como Manouche. Los buenos cineastas franceses lo usan como música incidental a menudo, prefiriéndolo al vals musette que no deja de ser una música fría, banal, del Paris de postal y del turismo japonés. Lasse Hallström en el año 2000 usa Minor Swing, el más grande éxito de Django, como tema central de su película Chocolate.



Los Rosenberg trio, en el 2003 le hicieron un tributo en el festival de Samois.



Para finalizar, un video tributo, en el que podemos ver algunas imágenes de Django y hacernos una idea de lo que pudo ser su vida de gitano en Bélgica.



Visitas

Ya estaba acostumbrado, se había convertido en una rutina. Primero introducía la llave, la giraba, y entreabría la puerta, sólo lo suficiente para introducir la mano, buscar el interruptor y encender la luz. Sabía, a fuerza de costumbre, que no tocarían su mano, ni que intentarían forzarlo... también sabía que sentían su presencia y que se escondían, esperando el momento oportuno...

Como era habitual, se detenía en medio de la sala y empezaba a observar, detenidamente, cada uno de los sitios posibles donde se pudiesen encontrar, agazapados, como siempre. ¿Estarían ésta vez debajo de la mesa de centro, detrás de las cortinas? Recorría poco a poco con la mirada los asientos, los libros, el viejo sofá, tratando de encontrar alguna señal que los delatase, una huella, algo que no estuviese en su sitio habitual. Pero no. El directorio telefónico estaba allí, en su lugar, los cojines de los asientos tenían los mismos pliegues, los vasos sobre la mesa estaban ordenados...

Sabía que tenía que ir hasta el cuarto, abrir la puerta, encender la luz, de nuevo explorar todo para que esta vez, sólo por esta vez, no llegasen de sorpresa...Daba un paso, dos pasos, miraba el reloj...algunos minutos después de las siete de la noche...debían estar ahí, en algún lado...se tiraba sobre la cama, acomodaba la almohada, y cerraba los ojos...

De pronto sentía un viento helado, como si su cuerpo fuese presa de un leve temblor...su piel se erizaba, y poco a poco, como siempre, como ya era costumbre, su corazón empezaba a romperse en pedazos, y una lágrima, la primera, la que anunciaba que estaban allí, que no podía huir de ellos, empezaba a rodar por su mejilla...

Espera

...Observo el teléfono de lejos, mientras enciendo un cigarrillo. Me trato de sentir más cómodo en el sofá, y alejo poco a poco un leve dolor en la espalda. El azul de las paredes me reconforta, el cenicero está cerca...

Creo recordar que pronunció mi nombre lentamente, como acariciándolo con sus labios. Traté de seguir su mirada, buscando, o talvez procurando, entrever la posibilidad de mi reflejo en ella...me devolvió una sonrisa. ¿Se reflejaría algún día mi felicidad en su rostro?

Creo recordar que pronuncié su nombre lentamente, como acariciándolo con los labios. Trató de seguir mi mirada, buscando, o talvez procurando, entrever la posibilidad de su reflejo en ella....le devolví una sonrisa. ¿Se reflejaría algún día su felicidad en mi rostro?

Observo el teléfono de lejos, cuento uno a uno los minutos que pasan...

Claridad

…Se detuvo frente a la puerta del cuarto. Algunos juguetes estaban esparcidos por el piso, y el sonido de unos sollozos se escuchaba en el fondo, débilmente. Trató de encender la luz, pero no halló el interruptor. Espero unos momentos a que sus ojos lograsen ver con más precisión.


Observó que algo líquido, viscoso, bajaba por la cama y se detenía en la alfombra. Su amigo estaba en el fondo, en un rincón, y parecía mecerse tristemente en posición fetal, con los ojos fijos en ninguna parte. Sintió algo de jaqueca.


Atravesó el cuarto, tratando de no mancharse los zapatos o pisar alguna de las cosas desparramadas sin razón. Se detuvo. Su amigo le miró y trato de esbozar una sonrisa, limpiándose las lágrimas del rostro.


No lo has podido hacer, le dijo, sin reproche. Se sentó a su lado, y lo abrazó fuertemente. Un auto pasó frente a la casa, y su luz trajo por unos segundos claridad. Vio lo que había sobre la cama.


Se recostó en la pared, y sintió aumentar su malestar...

No dejes que te atrapen

No dejes que te atrapen. Cierra las ventanas con movimientos ágiles. No dejes que te toque la brisa. Camina rápido, húyele a las huellas. Que no quede piel con tus improntas. Que ninguna retina sufra con tus destellos. Sécate el agua de la lluvia. Gritarán tu presencia. Aleja las nubes, te pueden delatar. Evita los lagos, los mares, los ríos. La inmensidad es triste, te puede acusar.


No dejes que te atrapen. Evita las sonrisas, no crees sospecha. Si encuentras un Jacinto, sólo míralo, no lo toques. Las flores hieren cuando se convierten en recuerdo. Y los recuerdos destilan fragancia cuando siguen tu rastro. Deshecha los espejos, no escuches los sueños. Las barajas, los laberintos, te retardarán. Los ecos te harán mirar hacia atrás.


No dejes que te atrapen. Sigue sólo atajos, busca las encrucijadas. Sumérgete en el azul, el único color posible. Busca siempre el sur, la única ruta posible.

Medidas Para Frenar el Terror

Según la Agencia Bolivariana de Noticias, en el Ministerio del Interior y Justicia se estaría gestando todo un programa totalmente innovador para terminar de una vez por todas con el clima de terror que la Oposición ha ido sembrando durante tanto tiempo en Venezuela.


La Dirección de Prevención del delito sería la encargada de dar los primeros pasos. Al parecer se empezará por librar boleta de captura a la Sayona y El Silbón, y poco a poco se irían agregando nombres como los del Doctor Kanoche, la Mujer Mula, La Loca Luz Caraballo, etc. Su fin sería poner a buen resguardo estos personajes que podrían ser utilizados por la Oposición en su campaña de guerra sucia y desestabilizadora para crear el caos en nuestros campos y ciudades, la anarquía en nuestros barrios y, sobre todo, aumentar esa falsa sensación de inseguridad que venden mediáticamente. La Oposición no podrá usar estos personajes como ha usado cobardemente el tema del narcotráfico y de las Farc, comentó el Ministro del Interior.


Además, según el Ministerio del Interior, existen fuertes indicios que detrás de los continuos apagones y problemas de energía en todo el país estaría La Sayona, ya que se sabe desde hace muchos decenios que su presencia produce este tipo de anomalías y perturbaciones.


La Luna en el Fondo de tus Ojos

…un hombre se sienta en la barra y pide una cerveza. Siente ganas ir al baño. El barman le señala una puerta, al fondo del pasillo.


Mientras se lava las manos observa un número garabateado en la pared. Es un número telefónico, piensa. Regresa y bebe rápidamente. Deja un billete y sale a la calle.


Mientras camina recuerda el número. Se detiene, saca su celular y llama. Una voz de mujer contesta: ¿por qué has tardado tanto tiempo? Sabes que estoy sola, te extraño mucho. El hombre comprende que debe decir algo. He estado ocupado, no he tenido tiempo. La mujer empieza a sollozar. El hombre, perplejo, termina la llamada. Da unos pasos y se detiene. Piensa en la mujer y se da cuenta que tiene deseos de llorar…


Esa tarde la ciudad era aún más fea. Como las películas antiguas en blanco y negro que no soportan restauración, todo era borroso, lleno de rayones, quemaduras, invadido por una desincronización triste que hacía saltar las cosas, cambiarlas de lugar. El auto se deslizaba perdido por las calles, los puentes, las avenidas, las esquinas,  adentrándose sin remedio, sin excusa en el sistema digestivo de un horrible monstruo legendario.


Sentía algo de comezón en la piel, un salpullido que le indicaba que todo andaba mal, que el aire, el frío, los rostros, las figuras grises que se le atravesaban eran síntoma de una anomalía, una perturbación inexplicable pero cierta.  Después de haber buscado un parqueadero, trató de recordar las señas para encontrar el lugar. Tras caminar algunos metros, reconoció el traje, los brazos cruzados, las esperas como puñal que siempre se había clavado inevitablemente en los momentos que habían pasado juntos.


Se sentaron en una mesa junto al enorme ventanal que daba a la calle. Encendió un cigarrillo y mientras veía el humo disiparse reconoció la canción que estaba sonando. Frag’ nicht warum ich gehe, lo único que había cantado bien la vieja perra de Marlene, había comentado alguna vez un viejo amigo. Observó cómo reubicaba el dispensador de servilletas, el frasquito de palillos, el azúcar, y comprendió que todo se estaba despejando como en los campos de batalla, el ordenamiento de la artillería, la disposición de las metralletas para hacer más efectivo el fuego cruzado, los francotiradores ocultos detrás de algún matorral.


Pidieron café. La mesera, bastante joven, ya gastada, ya consumida, tenía la mirada de las personas que esperan eternamente por las propinas de la vida, aún teniendo la certeza de que nunca llegarán. Observó a través del cristal, y se sintió de pronto en el acuario, en la pecera, preguntándose quién observa, quién es observado.


Creemos que somos polvo de estrellas, la hipocresía nos ayuda, nos consuela, pero sabemos que sólo somos excremento cósmico. Sólo basta ver la forma de las galaxias. Infinitos espirales con un agujero negro en el centro, infinitos sanitarios evacuando. En la calle, en la acera de enfrente, una pareja de mediana edad parecía estar esperando algo.


¿Recuerdas la tarde que nos conocimos? Te enseñé en un parque el juego adivina qué están pensando. ¿Ves esa pareja?


Una sonrisa afloró, una cuerda parecía haber vibrado. Sí, dime qué están pensando.


El hombre está preocupado por algo, sin duda. Tal vez en la mañana, al despertarse, descubrió que había perdido un recuerdo, que ya no recordaba una sonrisa que amó, y está desesperado porque no logra encontrarla. La mujer parece estar confundida. Tal vez ha mirado hacia el cielo y se ha dado cuenta que esta tarde las nubes no tienen formas reconocibles. Las mujeres siempre se angustian por esas cosas.


Das lied ist aus. La sensibilidad de los dedos se pierde. Al mirar su cabello, su rostro, al recorrer casi en cámara lenta su cuello, sabía de antemano que ya las caricias no tenían sentido. Las manos, la boca, todos los músculos se han sumergido en una profunda amnesia. Ya no recuerdan, están cansados de recordar, tal vez están hartos. Ya no ven la luna en el fondo de tus ojos.


Observó la taza de café y comprendió que todas sus relaciones, extrañamente, empezaban y terminaban con cafeína. Al observar el cigarrillo, comprendió con tristeza, que también empezaban y terminaban con nicotina.


…la mucama entró al cuarto y miró con estupor la escena. Un cuerpo yacía en el piso, sobre un enorme tapete de sangre. La cama estaba desarreglada, y la cortina ondeaba rítmicamente movida por el viento.


Qué vaina, pensó. Siempre soy yo la que arregla el desorden de los demás…


Despedidas

Barthes comentó acerca de El Imperio de los Sentidos, de Oshima, lo siguiente: “en Japón la sexualidad está en el sexo, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, el sexo está en todas partes, excepto en la sexualidad”. Después de ver Despedidas (Departures, Yojiro Takita), me atrevería a parafrasearlo, tal vez con descaro, afirmando lo siguiente: “en el Japón la muerte está en la muerte, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, la muerte está en todas partes, excepto en la muerte”.


Para nosotros el rito de la muerte es el duelo plañidero de acusaciones hacia el que parte, el que nos deja. En nuestros funerales abundan los “por qué nos dejas”, la recriminación constante por el dolor que nos produce la ausencia. Recuerdo el amargo sabor que me dejó esa famosa escena de Rosario Tijeras, en la cual la pandilla hace un recorrido nocturno de juerga con el malandro muerto. Es un rematar sin sentido, otro disparo más a quemarropa a un cadáver que ya no entiende de dolores, de lágrimas.


El ritual budista del Nokanshi, por el contrario, es el preparar los muertos para iniciar la senda hacia el más allá. Es la despedida de nuestros seres queridos. Pero no ese adiós barato de los manuales de autoayuda, no es ese adiós de la psicología de bolsillo, coelhiana, del “déjalo ir”. Es ese eterno gesto de la mano que persiste mientras el barco se pierde en el horizonte, mientras el avión despega, mientras el tren se aleja. Esa saudade que nos embarga ante la certeza del no retorno.


Despedidas es una película tan sensible, que hiere. Al igual que el hielo, tan frío, que quema. En la primera escena, cuando se nos presenta lo que será el tema principal, asistimos totalmente vírgenes (junto con el protagonista) a un ritual que nos es totalmente desconocido y que, poco a poco, con un cadáver que no se sabe si es de un hombre o una mujer, culpable de lo que el Dalai Lama llama eufemísticamente el Pecado Han, nos da una cachetada engañándonos con un cierto tono de tragicomedia. Empezamos a sonreír, a esbozar una sonrisa, pero el director nos detiene y nos aborta la carcajada. Cuando el Maestro de Nokanshi se hace cargo del rito, mata totalmente lo ridículo de la situación. Con sus movimientos, sus gestos, va haciendo aflorar la ternura, el respeto, y comprendemos nuestra torpeza, nuestra ignorancia. Bajamos la cabeza, apenados, sonrojados.


Al igual que Renoir en El Río, Takita nos recuerda que la vida no se trata de principios ni finales, que todo se trata de un eterno fluir. En Despedidas siempre se está esperando que la cuerda se rompa, que el lápiz se quiebre, cuando empiezan a surgir las tensiones de la trama. Pero no, nada se rompe, nada se quiebra, todo se soluciona en un elegante flujo de descubrimientos. En la mitad de la película, Daigo, el protagonista, decide renunciar a su trabajo y se lo comenta a la secretaria. Ésta le dice que tiene que subir al otro piso y decírselo personalmente al jefe. La cámara cambia inmediatamente a una picada: observamos a Daigo y el nos observa. ¿Tiene que darnos una explicación es a nosotros? ¿Es acaso el jefe una metáfora de una instancia superior?


Daigo sube y se encuentra con un salón lleno de flores y plantas. Su jefe está comiendo y lo invita a compartir un exquisito pez globo. El jefe le dice: “Esto que ves también es un cadáver…los seres vivos se comen entre sí para subsistir, ¿verdad? Las plantas son la excepción. Tienes que comer si no quieres morir. Si vas a comer, por lo menos que tenga buen gusto”. Luego le pregunta a Daigo: “¿está rico verdad?”, Daigo asiente. El jefe dice: “Si, tristemente”. Creo que sobran las explicaciones, las palabras se bastan a sí mismas.


El leitmotiv de los cisnes, esos desencuentros que lentamente se van convirtiendo en encuentros, las piedras como mensaje, esa maravillosa recuperación del rostro perdido del padre al final, son cerezos que van floreciendo ante nuestros ojos y nos sugieren que la muerte no es tristeza, no es dolor, al contrario, es una celebración de la vida. Y que la felicidad es un compendio de cosas sencillas. Compartir una copa de vino con el ser que amas, sentir el abrigo del agua tibia en nuestra piel, reconocer que nos equivocamos. Y poder despedirnos del otro, de los otros, de nuestros seres queridos como el operario del crematorio: “Gracias…te veré más adelante”.

ADIOS MISS VENEZUELA ADIOS

Según fuentes extraoficiales, en los pasillos de la Asamblea Nacional se estaría planeando un proyecto de ley para la expropiación del Miss Venezuela.
Al parecer Cilia Flores, habría comentado: “Las mujeres revolucionarias estamos cansadas, ofendidas (el término que usó realmente fue “arrechas”) que se tenga la imagen equivocada de la belleza femenina venezolana. Tras tantos años de manipulaciones mediáticas de la oligarquía, se le ha hecho creer al mundo entero que las venezolanas somos esas catiras oxigenadas, bulímicas y descerebradas que han ganado tantos concursos de belleza y, sobre todo, el Miss Universo. Las verdaderas venezolanas somos prietas, orgullosamente mestizas, de colores reales, quemadas por el sol al trabajar fuertemente por el futuro del país, y no bronceadas artificialmente en spas como tristes sifrinas sin oficio”.
Una sexóloga que se encontraba en la Asamblea Nacional, con un Phd en Cuba, comentó: “Sería deshonesto de nuestra parte permitir que nuestros jóvenes se sigan masturbando pensando en imágenes femeninas totalmente equivocadas. La mujer venezolana es caderona, de tamaño medio, rica en carnes, de fuerte personalidad y gran compromiso revolucionario. Nuestras mujeres se alimentan bien en los Mercales, con comidas ricas en proteínas, calorías y carbohidratos, no con esos alimentos lights de los grandes supermercados de la oligarquía que sólo producen cuerpos huesudos, desnutridos y con alta tendencia al vómito”.
Se comentó también que en las filas del PSUV existen muchos candidatos altamente calificados para reemplazar a Osmel Sousa y tomar las riendas del concurso. Al parecer, al preguntárseles sobre cuál sería la imagen ideal de la mujer venezolana que se utilizaría como patrón para el nuevo Miss Venezuela Bolivariana, todos llegaron a un acuerdo unánime: Iris Varela.






Iris posee todas las cualidades de la mujer revolucionaria que se desearía exaltar: una mirada penetrante, inquisidora, y un discreto y frágil encanto. Una cabellera rizada, exuberante, salvaje, como nuestros paisajes, y una personalidad de hierro siempre al pié de lucha para defender los ideales de la revolución y luchar contra la oligarquía corrupta y desestabilizadora. Pechos generosos, maternales, en fin, toda una imagen del más puro fuego revolucionario venezolano.


BOMBAS SUPOSITORIO: EL TERRORISMO ISLAMICO ALCANZA DIMENSIONES ESCATOLOGICAS

“Los servicios secretos franceses estudian una nueva forma de actuar de los terroristas islámicos, que equiparían a kamikazes con explosivos escondidos dentro de su cuerpo, introducidos como supositorios y activados con un teléfono celular.”


Esta escalofriante noticia circula por todos los principales periódicos del mundo e internet. Según fuentes extraoficiales, el gobierno de Venezuela está profundamente preocupado, por no decir consternado, pues temen que esta idea de destrucción personal caiga en manos de los fascistas golpistas enemigos de la paz y auspiciadores de la desestabilización, que buscan desesperados un magnicidio como único medio para arrebatarle el poder al pueblo y entregárselo a la oligarquía corrupta y egoísta.


Según fuentes extraoficiales también, se comenta en los pasillos de Miraflores que el Ministro del Interior está pensando reunir a los asesores cubanos para diseñar una estrategia de seguridad que incluya un grupo altamente especializado de urólogos que haga frente a la amenaza. El tacto rectal podría ser incluido, al parecer, en la lista de prerrequisitos para entrar a Palacio, y sobre todo indispensable en todo aquel que desee asistir al Aló Presidente. Todo sea por la revolución y la protección de nuestro líder, han comentado algunos. Los celulares de última generación, no obstante, seguirán siendo de uso obligatorio.


Algunos miembros del PSUV, siempre un paso adelante, han sugerido eliminar las caraotas del menú miraflorino, debido a la alta producción de gases, que al explotar, podrían ser tomados como conatos de bomba y crear un caos constante y un clima de terror innecesario. Los chef de palacio, sin embargo, han aclarado que hace muchos años las carotas y los granos en general no se consumen en dicho lugar, pues todos los menús, desde los cotidianos hasta los realizados para las visitas de altos dignatarios e invitados especiales, han sido copiados minuciosamente de El Bulli. Además está comprobado científicamente que el caviar, por su alto contenido de omega tres, no produce flatulencias.


El presidente Chávez, también extraoficialmente, ha comentado a sus allegados que sería indignante que ésta bomba, pensada como una metáfora de la liberación de los pueblos oprimidos del yugo imperialista, se convierta tristemente en una manifestación vil de los deseos más abyectos de la cobardía opositora.

Colores

I.
Empezó a caminar bajo la lluvia despacio, sin prisa alguna. Un vapor grasiento, miserable, se apoderaba de las calles, mientras las luces de los autos y los postes lanzaban al aire colores desteñidos, borrosos, serpentinas deshilvanadas de alguna fiesta pasada hace mucho tiempo. A lo lejos se podía entrever la silueta del hospital, un viejo barco a la deriva, herido por el moho y la herrumbre. Con cada paso que daba, el tufo de la ciudad cansada, abrumada, somnolienta, le dificultaba la respiración.

Los zapatos, de suela delgada, estaban ya humedeciéndose. Miró la hora en el reloj, aún era temprano, aún estaba a tiempo. Se detuvo frente a la entrada principal del hospital. Detestaba esos sitios, detestaba también las funerarias, los cementerios. Detestaba el olor a flores descomponiéndose, a tierra removida, el olor engañoso de los pisos recién lavados.

Una enfermera le observaba detrás de un inmenso mostrador, mientras jugaba con una bolígrafo barato. Su mirada era gris, terrosa, y su rostro tenía ese rictus de desesperación que sólo se adquiere después de muchos años de limpiar y lidiar con la inmundicia humana. Tuvo la impresión de encontrarse en el vestíbulo de algún miserable hotelucho, a la hora equivocada, el día equivocado, la noche equivocada.

II.
Al ver el hombre yaciendo en la cama, indefenso, anclado a éste mundo por aparatos eléctricos, tubos azules y catéteres recordó cuánto lo odiaba. Los malos recuerdos llegan de repente, sin previo aviso, son los destellos intermitentes de las luces de las patrullas al romper la penumbra de los cuartos a través de las ventanas.

Pensé que no vendrías, dijo. Su voz ya olvidada ahora era ronca, fría, parecía provenir de una caja de madera vacía.

Usted sabe que ésta situación me asfixia…

Siempre había creído que no había peor escenario para sentirse mal que un hospital. Además no tenía mucho que decir, las excusas y las explicaciones, las razones y las decisiones parecían haber desaparecido de sus bolsillos. Lo poco que quedaba de la lluvia en su cuerpo era lo único cierto.

Afuera, en el pasillo, alguien había pasado corriendo, en puntillas. Recordó un sueño que había tenido hace poco. Un hombre nadaba en el mar. Cada vez que salía a descansar en la playa, todo era diferente. Unas veces arena y piedras, otras veces palmeras, selva tropical. Volvía a nadar, salía, ésta vez niños jugando, ancianos tomando sol, perros correteando.

Las encontré hace tiempo, dijo. No te abrumaré con detalles, creo que ya son innecesarios. Sólo te contaré algo que me pareció curioso. El hombre que las tenía, el supuesto custodio, era un anciano harapiento, decrepito, que sonreía estúpidamente todo el tiempo. Pensé que alguien me hacía una broma macabra. Pero no, eran las verdaderas…

Cuando llevas tiempo buscando algo, y lo encuentras, todo parece perder sentido. Es como si lo importante fuese el camino, las cosas que se pierden en el trayecto, los cristales que se rompen, el recuerdo de un lugar que se ha visto desde lejos y que pasamos por alto. El polvo que levanta el viento, las hojas secas.

A pesar de la enfermedad parecía estar tranquilo, su rostro no estaba demacrado y sus ojos brillaban, aunque la poca luz de la única lámpara del cuarto podía estar engañándolo. Los crepúsculos hermosos, naranjas, rojizos, ocres, son producto de la atmósfera contaminada.

Ahora me sirven de poco, es obvio. Por eso te mandé llamar. Quiero que las conserves. Están en una caja. Señaló una maleta que estaba en un rincón, llena de etiquetas y de un color indefinido. Lo que hagas con ellas no me importa…

¿Qué queda de un color cuando ha sido desteñido por el tiempo? Ese azul, rojo, verde, antes fuerte, definido, intenso, ahora parece borroso, una huella de sí mismo. Son colores decadentes, desvaídos, pero sabemos lo que fueron, recordamos sus horas de esplendor, pero estamos conscientes de su presente ruina. Al ver los colores desteñidos no podemos dejar de sentir cierta pesadumbre.

Abrió la maleta y tomó la caja. Aunque no lo estaba mirando, pudo percibir que sonreía, tuvo la sensación de una sonrisa.

III.
Salió del hospital. Había que rehacer los pasos recorridos. La lluvia había cesado, y ahora una brisa débil le acariciaba el rostro mientras caminaba. La luna aún no se atrevía a salir, el cielo continuaba invadido de nubes grises, pesadas, perezosas.

Al llegar a la esquina observó un contenedor de basura. Se acercó y lanzó la caja. Un gato gordo se lamía las patas, indiferente, tal vez preparándose para una noche de pillaje y vagabundeo. Sintió de pronto la necesidad de tomar algo, fumarse un cigarrillo, conversar con alguien sobre algo sin importancia en la barra de algún bar.

En el cielo ya empezaban a aparecer algunas estrellas.

LOS INTRINCADOS ENGRANAJES DEL AZAR

I.
El término azar proviene de un antiguo juego de dados árabe llamado “az-zahr” (flor), en el cual se dibujaba una flor en la cara del dado que significaba “muerte súbita en el juego”. Extendido por toda Europa por los cruzados, fue adquiriendo a través de los siglos diferentes significados en todos los idiomas: azar, suerte, oportunidad, ocasión, riesgo, peligro.

El ser humano ha tratado de domesticar el azar, darle cauce y forma, tratando de redimirlo de su naturaleza incontenible e imprevista desde tiempos inmemoriales. Filósofos, escritores, poetas, han sido presas de su fascinación, desde Aristóteles hasta Pierce, desde Mallarmé hasta Octavio Paz. Tratando de huirle al azar se han creado sociedades tan altamente ritualizadas como la japonesa, y sociedades tan altamente estresadas (y estresantes) como las occidentales.

Roger Geraudy, filósofo francés, escribió: “el resultado de la tirada de dados viene determinado por la posición que ocupan los propios dados en nuestra mano o en el cubilete, por la manera y por la fuerza con que los lanzamos y por otros condicionantes, tales como su peso, su temperatura, etc. Que seamos incapaces de diseccionar todos los factores que intervienen en cada suceso, y todavía más, de controlarlos o predecirlos, no quiere decir que ocurran porque si.” Es decir, la caótica en pleno: hay fenómenos que parecen ser asistemáticos pero de los que se sospecha que contienen un orden escondido que es preciso descubrir, y/o que hay fenómenos caóticos que, en su desarrollo, generan nuevas estructuras ordenadas.

Estamos rodeados por la incertidumbre, lo contingente, lo imprevisible. El azar reina, el universo ya no es un perfecto mecanismo de relojería. No hay agendas, planes, karmas, estructuras ocultas, sólo elecciones. Las sonrisas o las lágrimas vienen después.

II.
No Country for Old Men (película de los hermanos Coen, novela de Cormac Mccarthy) está atravesada por el azar, su tema es el azar y sus consecuencias. Moss, un veterano de Vietnam, está cazando venados en un paraje desértico de Texas. Al empezar a seguir los rastros de sangre de un animal que ha herido, se topará con una masacre, un mexicano moribundo que le pide agua, un maletín con una fortuna. Moss decide tomar el dinero y escapar con su esposa. Fin de la historia.

Pero Moss toma luego otra decisión, una decisión que pondrá en movimiento los intrincados engranajes del azar que lo llevará inevitablemente a la tragedia. Al principio se puede uno sentir tentado a pensar que Mccarthy usó un “deus ex machina” para poder continuar su historia, un tour de force obligado: para qué tenía que regresar a la escena de la masacre?. Moss se levanta inquieto a la madrugada, en la novela de deja claro que no está preocupado por el dinero, está preocupado por el hombre que dejó moribundo y sediento. Las razones de ésta preocupación no son explicadas por Mccarthy (en realidad, explica muy pocas cosas). ¿Tal vez un veterano de guerra no deja morir a alguien sediento? Le dice a su esposa que tiene que hacer algo que olvidó hacer, que regresará pronto. Que se está preparando para hacer algo realmente tonto, pero que lo hará de todos modos. Luego llena un tarro con agua y se marcha, pese a la insistencia de su mujer que no lo haga.

Moss, al seguir los rastros del animal herido, sigue un sendero que no se ha trazado, es un movimiento aleatorio, alguien o algo ha lanzado los dados por él. Al decidir llevar agua al sediento, es él quien lanza los dados, sabe que es algo sin sentido pero lo hace, aún presintiendo que puede morir, pero está dispuesto a dar la lucha. Ésta es la decisión importante, es el detonante de la historia. Si no regreso, dile a mamá que la quiero. Su esposa le recuerda que su madre está muerta. Bien, se lo diré entonces yo mismo, le contesta Moss. La rueda de la fortuna empieza a girar.

Chigurt, el asesino psicópata, es quien seguirá barajando las cartas, es el que seguirá poniendo los dados en movimiento. Como recordándonos la paradoja del suicidio cuántico, cada cara o cruz es un giro del quark que dirá quién vive o quién muere, el azar es quien decide, Chigurt no toma las decisiones, sólo las ejecuta. En la novela, en la parte de la gasolinera, Chigurt reflexiona: Todo puede ser un instrumento, cosas que uno ni siquiera nota. Que el problema es separar el acto de la cosa, como si las partes de algún momento en la historia pudiesen ser intercambiables con las partes de algún otro momento…cada quien es su yo y su circunstancia, supongo.

El sheriff Bell deambulará sin rumbo al no lograr entender el caos que le rodea, al no lograr entender como el azar va moldeando todo. Al creer que el caos producido por el azar tiene un motivo, una estructura oculta que explique todo, termina completamente desorientado. Al final de la novela, al saber que su esposa está leyendo Las Revelaciones, de San Juan, y aclarando que su esposa encuentra en la Biblia respuesta para todo, le pregunta si allí se dice algo acerca de la forma que las cosas están tomando. La película termina con un sheriff Bell totalmente perdido, contándole a su esposa unos sueños que no logra comprender (en la novela es un monólogo).

El azar y la suerte van por caminos separados: el azar hace que alguien se gane una lotería, la suerte es la que hace que sea para bien o para mal.

III.
En Internet abundan las historias del azar. La mayoría son sólo historias, leyendas urbanas que no soportan una lectura profunda. Pero no dejan de ser hermosas, interesantes, pues ponen de manifiesto el interés que tenemos los humanos por crear orden del caos, en hallar un propósito en todo. La historia de Winston Churchill y Alexander Fleming es de las más interesantes, y tal vez la más estudiada y discutida. Aunque ha sido demostrado hasta la saciedad que es totalmente falsa, todavía se crean variantes en las que sólo cambian los escenarios y uno que otro detalle.

La historia de La Resurrección de Piero della Francesca es, sin embargo, cierta. Es la más bella, y reúne todos los elementos del azar necesarios para convertirla en la más trascendente, la más inquietante, la más poética.

En uno de los muros del Palazzo Civico de su pueblo natal, Sansepolcro, Piero pintó La Resurrección, un fresco considerado hoy una verdadera obra maestra del arte renacentista. Con el pasar de los siglos el sitio y la obra fueron totalmente olvidados (incluso fue tapado con pintura blanca, hecho fortuito que en realidad lo preservó), hasta el siglo XIX cuando fueron redescubiertos por los nobles y altos burgueses de la Inglaterra victoriana, quienes al ser terriblemente ricos y tener demasiado tiempo libre, inventaron el turismo. Aldous Huxley, durante los años veinte visitó Sansepolcro, y narró sus experiencias en un libro llamado Along the road: Notes and Essays of a Tourist (1925). Le dedicó al pueblo y al fresco de Piero todo un capítulo, y calificó La Resurrección como el “mejor cuadro del mundo”.

Durante la invasión aliada a Italia en la segunda guerra mundial, lo poco que quedaba del ejército alemán e italiano se iba atrincherando en algunos pueblos en su huida hacia el norte. Los aliados, en su afán por avanzar rápidamente, evitaban las batallas campales y simplemente borraban del mapa con artillería y aviación cualquier sitio sospechoso de albergar el enemigo. Montecasino fue una de las víctimas. En pocas horas borraron del mapa siglos de historia.

Anthony Clarke, un oficial inglés al mando de un batallón de avanzada, llegó hasta Sansepolcro. Al parecer en el pueblo aún había tropas alemanas e italianas, ocultas y preparadas para defenderse. Clarke empezó a organizar todo para la lluvia de bombas, para el barrido total. Sin embargo, mientras daba órdenes y examinaba mapas, recordó, por esas cosas maravillosas del azar, que algunos años atrás se había sentido fascinado por un libro de Aldous Huxley y la descripción que el autor hacía de la que consideraba la mejor obra del mundo. Inmediatamente detuvo todos los preparativos, y envió algunos soldados a explorar el lugar. No había soldados alemanes ni italianos, se habían retirado ya. Un libro y la buena memoria de un oficial amante de la lectura (raro de por sí), habían salvado una obra maestra. Desde entonces, los turistas ingleses son especialmente bien recibidos en Sansepolcro.

ALGUNAS PROPUESTAS PARA UN “NO A CHAVEZ” DEFINITIVO

Después de mucho tiempo de deambular, vagar por infinitas páginas de blogs, noticieros digitales, foros, mesas de cafés, barras de tascas, reuniones esquineras postmarchas, etc. etc., he decidido por fin poner por escrito las propuestas que he ido recogiendo para un “NO A CHAVEZ” definitivo. Están numeradas por un simple afán de orden, sin que ello implique o sugiera alguna intención de prioridad o más importancia de una sobre la otras (inequidad discursiva, digamos):

1.-Convocar el primer sábado de cada mes una marcha NO MÁS CHAVEZ. Debe ser obligatorio ir vestido de color blanco, y si se llevan mascotas deben ir identificadas con algo de ese color (pañuelo, collar, etc.). La finalidad de estas marchas no sería otra que usar sutilmente ese método tan famoso y efectivo de las parejas de enamorados: que a pesar de que saben que se aman y se odian, es imprescindible recordarlo constantemente por medio de mensajes de texto, regalos sorpresas, abrazos sorpresas, te amo sorpresas, llamadas, emails, etc. La reiteración es efectiva…

2.-El primer viernes de cada mes de debe convocar a una vigilia. Pueden asistir católicos, protestantes, cristianos, evangélicos, ortodoxos, mormones, hinduistas, zenistas, budistas, santeros, médiums, videntes y ufólogos. A los musulmanes se les pediría, muy cortésmente, claro, que se abstengan de asistir (por razones obvias). El fin primordial de estas vigilias sería lograr una comunión total con el universo, el creador, y abogar por la paz mundial (es decir, que el creador se decida de una vez por todas a colaborar y saque del poder a ustedes ya saben quién).

A los católicos, por ser el gremio con mayor número de representantes, se les pediría especialmente que cuando le recen a la virgen (en todas sus diferentes encarnaciones), le pidan el favor que cuando se aparezca sorpresivamente en alguna pared, puerta o ventana, etc., lleve siempre un letrerito donde se pueda leer claramente NO MÁS CHAVEZ. Si no acepta, se puede tratar de negociar por lo menos un pié de foto…o pié de imagen, mejor.

También sería interesante sugerir que al final toda oración ya no se debería usar AMÉN, lo correcto y opositoramente combatiente seria usar NO MAS CHAVEZ.

A los evangélicos se les pediría que durante sus cultos, cuando alguien hable en lenguas, por favor incluya la cuña NO MAS CHAVEZ.

3.-Fabricación masiva de figuras de cera de Chávez, con sus respectivos juegos de agujas o alfileres y manual vudú, para ser distribuidas en toda la población opositora. La idea es que se vuelva algo de uso común, un juego entretenido que pueda aliviar el stress en las colas de tráfico, de trámites, en los autobuses, metro, ascensores, etc., y al mismo tiempo se esté reafirmando que estamos en pié de lucha.

4.-Hacer una campaña masiva a través de los medios (Globovisión sería el medio ideal) para popularizar como saludo opositor ese gesto famoso que se hace con el dedo corazón estirado y la palma de la mano hacia arriba, para lanzar un mensaje total y definitivo de unidad y, a la vez subliminal, pues estaríamos insultando al oficialismo y su jefe mayor.

5.- Pedirle a los dirigentes de la oposición que son del Opus Dei (bueno, los de Primero Justicia, creo), que hagan lobby en el Vaticano para que el Papa excomulgue de una vez por todas a Chávez y toda su camarilla de bastardos.

6.-Hacer una campaña masiva en Internet (en los blogs, foros, por medio de emails, etc.) para que todas las Academias de la Lengua Española incluyan la palabra CHAVEZ como un venezolanismo, y que en su definición se deje muy en claro que es SINONIMO de MIERDA.

7.-La creación de un logo, una imagen de la oposición definitiva que identifique y la vez deje en claro la unión total. Ese logo podría estar basado en una instantánea de Carla Angola cuando escucha la palabra chavismo, sus mohínos son nuestro mayor orgullo, y el mayor ejemplo de la mujer en su apoyo total a la lucha contra la tiranía. Había pensado en una instantánea de Leopoldo Castillo cuando se enoja, pero llegué a la conclusión que se prestaría a ambigüedades, ya que no se sabría si está bravo por los desmanes del oficialismo o por la cagada de su hijo al debutar en el mundo cinematográfico de una manera tan vergonzosa.

8.- A los alcaldes de la oposición se les pediría promulgar una normativa en sus municipios que prohibiese el retiro de los excrementos y otros residuos animales de sus zonas públicas, avenidas, calles, etc. Los dueños de mascotas deberán colocar un sticker en éstas manifestaciones animales que rece lo siguiente: ESTA ES LA UNICA PRESENCIA CHAVISTA EN NUESTRO MUNICIPIO (urbanización, barrio, etc.).

8.-Eliminar el color rojo del ARCOIRIS.

NOTA BENE:

Los candidatos de la oposición deberían firmar un documento en el que se comprometan a promulgar, cuando estén en el poder, las siguientes leyes conciliatorias y de paz nacional:

1.-Una ley que se podría llamar LEY HERMINIO, y por medio de la cual se castigase con prisión, o en su defecto latigazos, cualquier ofensa a los símbolos patrios más queridos y entrañables: la Vinotinto, el pabellón criollo, el joropo y la reina pepiada.

2.-Una ley que se podría llamar LEY MICHAEL JACKSON, en la que se obligaría al Estado a sufragar todos los gastos para el cambio de color piel (blanqueamiento) de toda la población de morenos para abajo. Estos recursos no podrían venir de Pdvsa, pues se caería en una extraña paradoja (produce oro negro). Es necesario y obligatorio sacar del recuerdo y del imaginario colectivo que alguna vez gobernó un negro, un zambo como Chávez.

Distrito 9: muchas preguntas, ninguna respuesta.

1.Hilarante, delirante…ma non troppo.

Durante el 25 y 26 de julio de este año se celebró en Barcelona-Sitges la Cumbre Europea de Exopolítica, bajo el slogan Un Nuevo Paradigma para un Mundo en crisis, el tiempo de la verdad, el momento de desvelar la verdad. En su nómina de expositores figuró lo más selecto de la intelectualidad post conspirativa, desde el propio Michael E.Salla (inventor del término exopolítica), pasando por Steven M. Greer, fundador del CSETI (la ÚNICA organización a nivel mundial dedicada a establecer relaciones pacíficas y sostenibles con toda forma de vida extraterrestre) hasta Robert O. Dean, Comandante Sargento Mayor de los EE.UU.

Asistieron más de mil representantes de vida terrestre pagando la módica suma de 150 euritos, suma completamente irrisoria dada la magnitud del evento. Por cierto, los interesados en hacer un curso extensivo de diplomacia extraterrestre pueden hacerlo por la módica suma de 1500 dolaritos, suma complemente irrisoria si se entiende que serían los primeros seres humanos diplomados y capacitados para entenderse con los alienígenas…

Como cualquier Cumbre que se respete, es decir, como las que hace la OEA, Unisur y entes similares, la de Exopolitica vivió momentos tensos y difíciles, sobre todo cuando un asistente tuvo la desfachatez y atrevimiento de acusar a Greer de ser un REPTILIANO. Acusación grave, demasiado grave y hasta ofensiva, si se tiene en cuenta que entre la lista de acusados de ser visitantes malos figuran Bush, Blair, la reina Isabel, toda la realeza europea, actores de Hollywood, deportistas, etc., lista en la que nadie, nadie desearía aparecer dada la calidad de sus componentes… al igual que nadie, nadie, desearía compartir crédito con los más buscados por la Interpol, me imagino. Aunque hay que reconocer que no es difícil imaginar que debajo de la piel de Bush, Blair y la reina Isabel se esconde un reptil…en fin…



2. Muchas preguntas, ninguna respuesta

Hace mucho, mucho tiempo que no se realizaba una película de ciencia ficción tan arriesgada, profunda e interesante como Distrito 9, producida por Peter Jackson y dirigida por Neil Blomkamp.

¿Qué sucedería si a la tierra llegasen unos alienígenas inmigrantes, desplazados, errantes? Para hacer más interesante la cosa, qué sucedería si llegasen precisamente a Sudáfrica, el referente más reciente del imaginario mundial en cuanto a racismo y segregación se refiere? Durante 112 minutos Distrito 9 trata de dar una posible respuesta, de indagar, prever una posible respuesta. Y ese intento es uno de los esfuerzos más descarnados, despiadados, sinceros e inquietantes que he visto en el cine en los últimos tiempos. La condición humana en su estado más puro, sin hipocresías, dobles discursos, moralejas, entre líneas y, tal vez lo más importante, sin disculpa alguna, sin excusa alguna.

Escenas como en la que los ejecutivos de la empresa fabricante de armas toman la decisión de desmembrar a Wikus (vivo) para estudiarlo, hace que no sepamos si reír o llorar…lo deciden con tal trivialidad, como si se tratase de ir a tomar una cerveza… o los negros exigiendo que reubiquen a los extraterrestres, los alejen de sus vecindarios…las incursiones tipo swat del ejército de la empresa armamentista al ghetto…el mismo Wikus, totalmente pusilánime, se convierte en héroe y continúa siendo pusilánime, racista y desconsiderado…los alienígenas totalmente desorientados, confundidos por la burocracia humana, los intereses creados, acosados por negros nigerianos con actitudes tribales…a todo esto asistimos perplejos, sin anestesia, sin un discurso moral (ni religioso) que nos engañe y nos haga sentir bien…

La película termina abierta, en puntos suspensivos. Cualquiera podría pensar que tal vez es previendo una secuela, pero me atrevo a pensar, quiero pensar, que los realizadores llegaron a la conclusión genial que nada, nada de lo que presentan y desarrollan tiene respuesta, final, cierre posible. Y he allí su mayor encanto, porque las respuestas en el cine, en la literatura, en cualquier cosa, siempre decepcionan, nunca satisfacen, porque se cae en el facilismo de querer complacer a todos, de darnos palmadas en el hombro…vamos hombre, no somos tan malos…en el fondo todos tenemos un corazón de oro.

Knowing, de Alex Proyas, es excelente…hasta el final. Cuando se revela el misterio y los extraterrestres como una alegoría de Dios se llevan a los niños escogidos para salvarlos del inminente apocalipsis, no se puede menos que reír…es una solución tonta, que huele a lugar común, a tópico. Los niños transportados a un paraíso extraterrestre donde germinarán como buena semilla de la raza humana. Si los autores de este film no les gusta leer ensayos sesudos, estudios, tratados, podrían haber leído al menos (o visto la versión cinematográfica) El Señor de las Moscas, de William Golding, para hacerse una idea de lo que pueden hacer (y convertirse) los dulces niños humanos cuando están solos y apartados de la norma…

Distrito 9 tendrá mucho éxito, cumple con todos los protocolos que exige el box office hollywoodense. Los efectos especiales son perfectos, hay mucha sangre, muchas balas, pero en el fondo, para los que buscan algo más, y tienen el suficiente temple para soportarlo y salir vivos en el intento, seguro la encontrarán tan vasta, compleja, inquietante y sarcástica como lo es, al fin, la misma condición humana.

Acerca de Inglorious Basterds, de Tarantino…

En la película La Piel, de Liliana Cavani (Basada en la novela de Curzio Malaparte del mismo nombre), una hermosa americana llega de visita sorpresa a Nápoles a finales de la segunda mundial, durante la invasión aliada a Italia. Es una mujer bostoniana, aristócrata, hermosa, en busca de aventuras y huyendo de un matrimonio que al parecer no le satisface. Llega a la Europa destruida por la ocupación nazi con la arrogancia de los nuevos conquistadores, piloteando un avión, moderna y emancipada. Para ella los italianos son morenos y atrasados, y viven mejor en Boston como inmigrantes donde los “tratan bien”.

Pensando que Curzio Malaparte le fue asignado no como guía turístico sino como gigoló latino, lo lleva a un paseo en su avión (que ella misma reparó) donde le demuestra su poder e independencia femenina aterrorizándolo con acrobacias aéreas. Malaparte, sin hacer ningún comentario, la invita a hacer un recorrido por la ciudad. Recorrido que se convertirá en un verdadero descenso a los infiernos: poco a poco la mujer de desmorona al ver cómo las mujeres, por hambre, venden sus niños a los soldados pederastas etíopes…cómo los soldados aliados se divierten en una fiesta homosexual en la playa, en una bacanal que nos recuerda El Satiricón.

La mujer recibe el golpe de gracia hacia el final de la película: luego de sufrir un accidente en su avión, durante el caos de una erupción del Vesubio, pide ayuda a unos soldados americanos que viajan en un camión. Sus propios compatriotas, los arrogantes conquistadores, la confunden con una mujer italiana y la violan en masa. En algún momento Malaparte le había comentado: el mundo está lleno de personas malas…

…Jacques Vergés, el famoso abogado del diablo, le confesó a un amigo su verdadero interés al defender a Klaus Barbie: el no buscaba justicia, el tipo era culpable, ni castigo ni venganza. Sólo quería aprovechar la situación para recordarle al mundo que los métodos de tortura usados por los nazis eran los mismos que usaron los franceses en Argelia. Que los mismo militares que lucharon heroicamente por la liberación de su patria contra la monstruosidad nazi, habían sido unos monstruos con los argelinos…que buscaban a su vez la liberación de su patria…

Errol Morris, ese maravilloso documentalista, nos muestra a Robert Macnamara confesando en The Fog of War que si los aliados hubiesen perdido la guerra, hubiesen sido juzgados por genocidio y crímenes contra la Humanidad. En Standard Operating Procedure nos muestra el horror de los americanos castigando el horror de los terroristas musulmanes.

Tarantino me ha hecho recordar todo esto con su última película. Con su acostumbrado humor, su gore, su narración de comic, su incoherencia, nos lanza una bofetada a quema ropa recordándonos que la banalidad del mal existe, que la historia la reconstruimos día a día con nuestras mentiras, nuestras hipocresías, nuestras malas intenciones, nuestra crueldad.

Los soldados de Tarantino son crueles, asesinos, despiadados, los nazis son crueles, asesinos, despiadados, las víctimas son crueles, asesinas, despiadadas…Se burla de nosotros, se ríe a carcajadas, nos reconstruye la historia (¿Por qué no creer en Tarantino si el mismo Reagan le hizo creer a su país que con Rambo de podía ganar cualquier guerra?), nos miente la historia haciendo morir a Hitler y compañía en un teatro parisino para aclararnos, cruelmente, que al final todos obtenemos lo que queremos: la pandilla de soldados judíos se vengan de los nazis, la víctima judía se venga de los nazis, los nazis terminan haciendo pactos con los aliados…

Tarantino nos recuerda los círculos infernales de Dante, los laberintos, esas eternas repeticiones que somos los humanos. Que sólo hay una historia con víctimas y victimarios que intercambian sus roles, como actores en una pieza de teatro, ad infinitum…

¿Ves la tina de baño?

I.
Como siempre, antes de visitarlo los sábados en la mañana, camino un poco por la calle donde solía vivir José, haciendo, tal vez, una especie de comunión con el pasado. Es una calle tranquila, de poco tráfico, cerca de la estación St-Lazare y el Palais Royal, una calle con enormes postes de luz Art Nouveau, que alguna vez debieron ser de gas. Vistos desde una esquina, y en perspectiva, parecen menorahs a la deriva.

Enciendo un cigarrillo y miro hacia el quinto piso de alguno de los edificios, pensando que después de tanto tiempo no es necesaria la precisión. Todos los apartamentos tienen la misma oscuridad, el mismo color ocre en las paredes. Madame Martin, la conserje, me sonríe desde la acera de enfrente, y me invita un café, siempre. Para ella todos los extranjeros latinoamericanos somos porteños, y me recuerda sonriendo que en su juventud la confundían con Juliette Greco. Yo sonrío también, recordando un argentino que tarareaba Paname…es un mundo de infinitas casualidades y permutaciones.

Debo ir a la Gare du Lyon, hacer empalme a Vincennes. Mientras camino recuerdo que José me comentó (o mintió) que en uno de esos edificios habían asesinado a Marat. Empieza a hacer algo de frío, y recuerdo su dedo índice señalando hacia arriba, perdiéndose en alguna parte. Sabes, me decía, cuando David exhibió por primera vez el cuadro de Marat asesinado, en la Galería Nacional, exhibió también la tina de baño original… ¿es macabro, verdad?

II.
Siempre me detengo frente al jardín de una bella casa cerca del sanatorio. Una vieja señora, con sombrero de paja, siempre ve mi asombro y siempre me dice: son violetas enanas. Siento una leve brisa en mis mejillas, recuerdo que es otoño. Las violetas morirán pronto.

Un enfermero me sonríe desde un escritorio, creo que alguna vez conversé con él. Ya no son necesarias las formalidades, parece decirme con la mirada. Yo le agradezco con la mano y sigo mi rumbo.

Abro la puerta lentamente, tratando de no hacer ruido, tal vez duerme aún. El cuarto está oscuro, las ventanas tienen las persianas abajo. Desde la cama José me sigue con su mirada.

Lo he sentido varias veces, me dice. Lo he sentido.

Me siento a su lado, y le abrazo fuertemente. Puedo sentir que tiembla. Recuerdo dos fotos de Greta Garbo, me dice. Son básicamente la misma foto, pero el concepto es diferente. Una de ellas es un fotograma del final de Queen Christine, el famoso final. La reina esta parada en la proa del barco, recostada, mejor, sobre una de esas figuras que usaban las proas de los barcos de aquel tiempo. Mira hacia el infinito, y el viento mueve suavemente sus cabellos. La cámara se detiene, se regocija en ella, nosotros observamos maravillados.

La otra es un fotograma de la filmación de esa escena. Se ve a Greta Garbo sobre la proa, el mismo gesto, el mismo no pensar en nada. Frente a ella las luces, las cámaras, el cameraman, y el director, Rouben Mamoulian...

¿Tú lo has sentido?, me pregunta. Pasa lo mismo que con el cuadro de David… ¿Ves la tina de baño?

Barajas

Colocó el revólver sobre la mesa. Se sirvió un trago, y barajó las cartas lentamente. Luego me miró.

- Horror es la última palabra que pronuncia Kurtz, antes de morir, en Heart of Darkness, de Konrad. -– dijo. Su mirada era neutra, traslúcida. - La pronuncia Kurtz también al final de Apocalypse Now de Coppola. ¿Cuál es el horror de Kurtz?

Yo también me serví un trago.

- Horror sintió un amigo mío, cuando, al visitar un pueblo andino, no encontró en ningún sitio un refresco para tomar. –dije.

Sonrió. Bebió de su copa y fue colocando, una a una, cinco cartas sobre la mesa.

- Cortázar nos invita en 62 Modelo Para Armar a imaginar el horror de cada uno de los personajes al escudriñar el relleno de una muñeca. De forma parecida lo hace Buñuel en Belle de Jour, cuando el personaje de Deneuve tienta a sus oscuros amantes a mirar el contenido de una pequeña caja...cuyo contenido, obviamente, nunca vemos. –dije.

- Cada quien tiene su horror propio. –dijo.- ¿Cuál es el tuyo?

Miré las cartas.