LOS INTRINCADOS ENGRANAJES DEL AZAR

I.
El término azar proviene de un antiguo juego de dados árabe llamado “az-zahr” (flor), en el cual se dibujaba una flor en la cara del dado que significaba “muerte súbita en el juego”. Extendido por toda Europa por los cruzados, fue adquiriendo a través de los siglos diferentes significados en todos los idiomas: azar, suerte, oportunidad, ocasión, riesgo, peligro.

El ser humano ha tratado de domesticar el azar, darle cauce y forma, tratando de redimirlo de su naturaleza incontenible e imprevista desde tiempos inmemoriales. Filósofos, escritores, poetas, han sido presas de su fascinación, desde Aristóteles hasta Pierce, desde Mallarmé hasta Octavio Paz. Tratando de huirle al azar se han creado sociedades tan altamente ritualizadas como la japonesa, y sociedades tan altamente estresadas (y estresantes) como las occidentales.

Roger Geraudy, filósofo francés, escribió: “el resultado de la tirada de dados viene determinado por la posición que ocupan los propios dados en nuestra mano o en el cubilete, por la manera y por la fuerza con que los lanzamos y por otros condicionantes, tales como su peso, su temperatura, etc. Que seamos incapaces de diseccionar todos los factores que intervienen en cada suceso, y todavía más, de controlarlos o predecirlos, no quiere decir que ocurran porque si.” Es decir, la caótica en pleno: hay fenómenos que parecen ser asistemáticos pero de los que se sospecha que contienen un orden escondido que es preciso descubrir, y/o que hay fenómenos caóticos que, en su desarrollo, generan nuevas estructuras ordenadas.

Estamos rodeados por la incertidumbre, lo contingente, lo imprevisible. El azar reina, el universo ya no es un perfecto mecanismo de relojería. No hay agendas, planes, karmas, estructuras ocultas, sólo elecciones. Las sonrisas o las lágrimas vienen después.

II.
No Country for Old Men (película de los hermanos Coen, novela de Cormac Mccarthy) está atravesada por el azar, su tema es el azar y sus consecuencias. Moss, un veterano de Vietnam, está cazando venados en un paraje desértico de Texas. Al empezar a seguir los rastros de sangre de un animal que ha herido, se topará con una masacre, un mexicano moribundo que le pide agua, un maletín con una fortuna. Moss decide tomar el dinero y escapar con su esposa. Fin de la historia.

Pero Moss toma luego otra decisión, una decisión que pondrá en movimiento los intrincados engranajes del azar que lo llevará inevitablemente a la tragedia. Al principio se puede uno sentir tentado a pensar que Mccarthy usó un “deus ex machina” para poder continuar su historia, un tour de force obligado: para qué tenía que regresar a la escena de la masacre?. Moss se levanta inquieto a la madrugada, en la novela de deja claro que no está preocupado por el dinero, está preocupado por el hombre que dejó moribundo y sediento. Las razones de ésta preocupación no son explicadas por Mccarthy (en realidad, explica muy pocas cosas). ¿Tal vez un veterano de guerra no deja morir a alguien sediento? Le dice a su esposa que tiene que hacer algo que olvidó hacer, que regresará pronto. Que se está preparando para hacer algo realmente tonto, pero que lo hará de todos modos. Luego llena un tarro con agua y se marcha, pese a la insistencia de su mujer que no lo haga.

Moss, al seguir los rastros del animal herido, sigue un sendero que no se ha trazado, es un movimiento aleatorio, alguien o algo ha lanzado los dados por él. Al decidir llevar agua al sediento, es él quien lanza los dados, sabe que es algo sin sentido pero lo hace, aún presintiendo que puede morir, pero está dispuesto a dar la lucha. Ésta es la decisión importante, es el detonante de la historia. Si no regreso, dile a mamá que la quiero. Su esposa le recuerda que su madre está muerta. Bien, se lo diré entonces yo mismo, le contesta Moss. La rueda de la fortuna empieza a girar.

Chigurt, el asesino psicópata, es quien seguirá barajando las cartas, es el que seguirá poniendo los dados en movimiento. Como recordándonos la paradoja del suicidio cuántico, cada cara o cruz es un giro del quark que dirá quién vive o quién muere, el azar es quien decide, Chigurt no toma las decisiones, sólo las ejecuta. En la novela, en la parte de la gasolinera, Chigurt reflexiona: Todo puede ser un instrumento, cosas que uno ni siquiera nota. Que el problema es separar el acto de la cosa, como si las partes de algún momento en la historia pudiesen ser intercambiables con las partes de algún otro momento…cada quien es su yo y su circunstancia, supongo.

El sheriff Bell deambulará sin rumbo al no lograr entender el caos que le rodea, al no lograr entender como el azar va moldeando todo. Al creer que el caos producido por el azar tiene un motivo, una estructura oculta que explique todo, termina completamente desorientado. Al final de la novela, al saber que su esposa está leyendo Las Revelaciones, de San Juan, y aclarando que su esposa encuentra en la Biblia respuesta para todo, le pregunta si allí se dice algo acerca de la forma que las cosas están tomando. La película termina con un sheriff Bell totalmente perdido, contándole a su esposa unos sueños que no logra comprender (en la novela es un monólogo).

El azar y la suerte van por caminos separados: el azar hace que alguien se gane una lotería, la suerte es la que hace que sea para bien o para mal.

III.
En Internet abundan las historias del azar. La mayoría son sólo historias, leyendas urbanas que no soportan una lectura profunda. Pero no dejan de ser hermosas, interesantes, pues ponen de manifiesto el interés que tenemos los humanos por crear orden del caos, en hallar un propósito en todo. La historia de Winston Churchill y Alexander Fleming es de las más interesantes, y tal vez la más estudiada y discutida. Aunque ha sido demostrado hasta la saciedad que es totalmente falsa, todavía se crean variantes en las que sólo cambian los escenarios y uno que otro detalle.

La historia de La Resurrección de Piero della Francesca es, sin embargo, cierta. Es la más bella, y reúne todos los elementos del azar necesarios para convertirla en la más trascendente, la más inquietante, la más poética.

En uno de los muros del Palazzo Civico de su pueblo natal, Sansepolcro, Piero pintó La Resurrección, un fresco considerado hoy una verdadera obra maestra del arte renacentista. Con el pasar de los siglos el sitio y la obra fueron totalmente olvidados (incluso fue tapado con pintura blanca, hecho fortuito que en realidad lo preservó), hasta el siglo XIX cuando fueron redescubiertos por los nobles y altos burgueses de la Inglaterra victoriana, quienes al ser terriblemente ricos y tener demasiado tiempo libre, inventaron el turismo. Aldous Huxley, durante los años veinte visitó Sansepolcro, y narró sus experiencias en un libro llamado Along the road: Notes and Essays of a Tourist (1925). Le dedicó al pueblo y al fresco de Piero todo un capítulo, y calificó La Resurrección como el “mejor cuadro del mundo”.

Durante la invasión aliada a Italia en la segunda guerra mundial, lo poco que quedaba del ejército alemán e italiano se iba atrincherando en algunos pueblos en su huida hacia el norte. Los aliados, en su afán por avanzar rápidamente, evitaban las batallas campales y simplemente borraban del mapa con artillería y aviación cualquier sitio sospechoso de albergar el enemigo. Montecasino fue una de las víctimas. En pocas horas borraron del mapa siglos de historia.

Anthony Clarke, un oficial inglés al mando de un batallón de avanzada, llegó hasta Sansepolcro. Al parecer en el pueblo aún había tropas alemanas e italianas, ocultas y preparadas para defenderse. Clarke empezó a organizar todo para la lluvia de bombas, para el barrido total. Sin embargo, mientras daba órdenes y examinaba mapas, recordó, por esas cosas maravillosas del azar, que algunos años atrás se había sentido fascinado por un libro de Aldous Huxley y la descripción que el autor hacía de la que consideraba la mejor obra del mundo. Inmediatamente detuvo todos los preparativos, y envió algunos soldados a explorar el lugar. No había soldados alemanes ni italianos, se habían retirado ya. Un libro y la buena memoria de un oficial amante de la lectura (raro de por sí), habían salvado una obra maestra. Desde entonces, los turistas ingleses son especialmente bien recibidos en Sansepolcro.

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