Despedidas

Barthes comentó acerca de El Imperio de los Sentidos, de Oshima, lo siguiente: “en Japón la sexualidad está en el sexo, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, el sexo está en todas partes, excepto en la sexualidad”. Después de ver Despedidas (Departures, Yojiro Takita), me atrevería a parafrasearlo, tal vez con descaro, afirmando lo siguiente: “en el Japón la muerte está en la muerte, no en otra parte, pero en Occidente es a la inversa, la muerte está en todas partes, excepto en la muerte”.


Para nosotros el rito de la muerte es el duelo plañidero de acusaciones hacia el que parte, el que nos deja. En nuestros funerales abundan los “por qué nos dejas”, la recriminación constante por el dolor que nos produce la ausencia. Recuerdo el amargo sabor que me dejó esa famosa escena de Rosario Tijeras, en la cual la pandilla hace un recorrido nocturno de juerga con el malandro muerto. Es un rematar sin sentido, otro disparo más a quemarropa a un cadáver que ya no entiende de dolores, de lágrimas.


El ritual budista del Nokanshi, por el contrario, es el preparar los muertos para iniciar la senda hacia el más allá. Es la despedida de nuestros seres queridos. Pero no ese adiós barato de los manuales de autoayuda, no es ese adiós de la psicología de bolsillo, coelhiana, del “déjalo ir”. Es ese eterno gesto de la mano que persiste mientras el barco se pierde en el horizonte, mientras el avión despega, mientras el tren se aleja. Esa saudade que nos embarga ante la certeza del no retorno.


Despedidas es una película tan sensible, que hiere. Al igual que el hielo, tan frío, que quema. En la primera escena, cuando se nos presenta lo que será el tema principal, asistimos totalmente vírgenes (junto con el protagonista) a un ritual que nos es totalmente desconocido y que, poco a poco, con un cadáver que no se sabe si es de un hombre o una mujer, culpable de lo que el Dalai Lama llama eufemísticamente el Pecado Han, nos da una cachetada engañándonos con un cierto tono de tragicomedia. Empezamos a sonreír, a esbozar una sonrisa, pero el director nos detiene y nos aborta la carcajada. Cuando el Maestro de Nokanshi se hace cargo del rito, mata totalmente lo ridículo de la situación. Con sus movimientos, sus gestos, va haciendo aflorar la ternura, el respeto, y comprendemos nuestra torpeza, nuestra ignorancia. Bajamos la cabeza, apenados, sonrojados.


Al igual que Renoir en El Río, Takita nos recuerda que la vida no se trata de principios ni finales, que todo se trata de un eterno fluir. En Despedidas siempre se está esperando que la cuerda se rompa, que el lápiz se quiebre, cuando empiezan a surgir las tensiones de la trama. Pero no, nada se rompe, nada se quiebra, todo se soluciona en un elegante flujo de descubrimientos. En la mitad de la película, Daigo, el protagonista, decide renunciar a su trabajo y se lo comenta a la secretaria. Ésta le dice que tiene que subir al otro piso y decírselo personalmente al jefe. La cámara cambia inmediatamente a una picada: observamos a Daigo y el nos observa. ¿Tiene que darnos una explicación es a nosotros? ¿Es acaso el jefe una metáfora de una instancia superior?


Daigo sube y se encuentra con un salón lleno de flores y plantas. Su jefe está comiendo y lo invita a compartir un exquisito pez globo. El jefe le dice: “Esto que ves también es un cadáver…los seres vivos se comen entre sí para subsistir, ¿verdad? Las plantas son la excepción. Tienes que comer si no quieres morir. Si vas a comer, por lo menos que tenga buen gusto”. Luego le pregunta a Daigo: “¿está rico verdad?”, Daigo asiente. El jefe dice: “Si, tristemente”. Creo que sobran las explicaciones, las palabras se bastan a sí mismas.


El leitmotiv de los cisnes, esos desencuentros que lentamente se van convirtiendo en encuentros, las piedras como mensaje, esa maravillosa recuperación del rostro perdido del padre al final, son cerezos que van floreciendo ante nuestros ojos y nos sugieren que la muerte no es tristeza, no es dolor, al contrario, es una celebración de la vida. Y que la felicidad es un compendio de cosas sencillas. Compartir una copa de vino con el ser que amas, sentir el abrigo del agua tibia en nuestra piel, reconocer que nos equivocamos. Y poder despedirnos del otro, de los otros, de nuestros seres queridos como el operario del crematorio: “Gracias…te veré más adelante”.

2 comentarios:

Solange Noguera dijo...

Hola jarapa...

Hola...
Aunque te comenté esta entrada en panfletonegro, igual me dí una paseadita por acá y me gustó lo que ví.

Buena reflexión en tu perfil...algunas aseveraciones realmente fueron una revelación. Gracias!!

Continuaré leyendo...

Solange Noguera dijo...

Hola, paso a saludar sólo para comentarte que anoche vi la película "Despedidas"...mis impresiones iniciales pueden estar condicionadas a tus opiniones, no me culpo por ello, ya que estuviste muy acertado.

La parte final de la película me sobrecogió, sin mayores dramatismos más que con el respeto y el reencuentro de afectos perdidos, el protagonista transmitió todo la potencia emocional que significaba la escena.

Gracias!! por la oportunidad de compartir tu comentario, no dejes de seguir realizando reseñas sobre iniciativas cinematográficas de este calibre, sin mayores aspavientos ni efectos especiales, Takita logra envolver con su trama...cine inteligente y enriquecedor.

Voy por las otras dos recomendaciones que enviaste, ya te contaré cuando las vea.

Por lo pronto me despido con una "piedra mensajera virtual" en tu mano, ...¿cómo simbolizar el agradecimiento?, una piedra azul claro, suave y lisa.

Feliz Día!!