La Luna en el Fondo de tus Ojos

…un hombre se sienta en la barra y pide una cerveza. Siente ganas ir al baño. El barman le señala una puerta, al fondo del pasillo.


Mientras se lava las manos observa un número garabateado en la pared. Es un número telefónico, piensa. Regresa y bebe rápidamente. Deja un billete y sale a la calle.


Mientras camina recuerda el número. Se detiene, saca su celular y llama. Una voz de mujer contesta: ¿por qué has tardado tanto tiempo? Sabes que estoy sola, te extraño mucho. El hombre comprende que debe decir algo. He estado ocupado, no he tenido tiempo. La mujer empieza a sollozar. El hombre, perplejo, termina la llamada. Da unos pasos y se detiene. Piensa en la mujer y se da cuenta que tiene deseos de llorar…


Esa tarde la ciudad era aún más fea. Como las películas antiguas en blanco y negro que no soportan restauración, todo era borroso, lleno de rayones, quemaduras, invadido por una desincronización triste que hacía saltar las cosas, cambiarlas de lugar. El auto se deslizaba perdido por las calles, los puentes, las avenidas, las esquinas,  adentrándose sin remedio, sin excusa en el sistema digestivo de un horrible monstruo legendario.


Sentía algo de comezón en la piel, un salpullido que le indicaba que todo andaba mal, que el aire, el frío, los rostros, las figuras grises que se le atravesaban eran síntoma de una anomalía, una perturbación inexplicable pero cierta.  Después de haber buscado un parqueadero, trató de recordar las señas para encontrar el lugar. Tras caminar algunos metros, reconoció el traje, los brazos cruzados, las esperas como puñal que siempre se había clavado inevitablemente en los momentos que habían pasado juntos.


Se sentaron en una mesa junto al enorme ventanal que daba a la calle. Encendió un cigarrillo y mientras veía el humo disiparse reconoció la canción que estaba sonando. Frag’ nicht warum ich gehe, lo único que había cantado bien la vieja perra de Marlene, había comentado alguna vez un viejo amigo. Observó cómo reubicaba el dispensador de servilletas, el frasquito de palillos, el azúcar, y comprendió que todo se estaba despejando como en los campos de batalla, el ordenamiento de la artillería, la disposición de las metralletas para hacer más efectivo el fuego cruzado, los francotiradores ocultos detrás de algún matorral.


Pidieron café. La mesera, bastante joven, ya gastada, ya consumida, tenía la mirada de las personas que esperan eternamente por las propinas de la vida, aún teniendo la certeza de que nunca llegarán. Observó a través del cristal, y se sintió de pronto en el acuario, en la pecera, preguntándose quién observa, quién es observado.


Creemos que somos polvo de estrellas, la hipocresía nos ayuda, nos consuela, pero sabemos que sólo somos excremento cósmico. Sólo basta ver la forma de las galaxias. Infinitos espirales con un agujero negro en el centro, infinitos sanitarios evacuando. En la calle, en la acera de enfrente, una pareja de mediana edad parecía estar esperando algo.


¿Recuerdas la tarde que nos conocimos? Te enseñé en un parque el juego adivina qué están pensando. ¿Ves esa pareja?


Una sonrisa afloró, una cuerda parecía haber vibrado. Sí, dime qué están pensando.


El hombre está preocupado por algo, sin duda. Tal vez en la mañana, al despertarse, descubrió que había perdido un recuerdo, que ya no recordaba una sonrisa que amó, y está desesperado porque no logra encontrarla. La mujer parece estar confundida. Tal vez ha mirado hacia el cielo y se ha dado cuenta que esta tarde las nubes no tienen formas reconocibles. Las mujeres siempre se angustian por esas cosas.


Das lied ist aus. La sensibilidad de los dedos se pierde. Al mirar su cabello, su rostro, al recorrer casi en cámara lenta su cuello, sabía de antemano que ya las caricias no tenían sentido. Las manos, la boca, todos los músculos se han sumergido en una profunda amnesia. Ya no recuerdan, están cansados de recordar, tal vez están hartos. Ya no ven la luna en el fondo de tus ojos.


Observó la taza de café y comprendió que todas sus relaciones, extrañamente, empezaban y terminaban con cafeína. Al observar el cigarrillo, comprendió con tristeza, que también empezaban y terminaban con nicotina.


…la mucama entró al cuarto y miró con estupor la escena. Un cuerpo yacía en el piso, sobre un enorme tapete de sangre. La cama estaba desarreglada, y la cortina ondeaba rítmicamente movida por el viento.


Qué vaina, pensó. Siempre soy yo la que arregla el desorden de los demás…


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